Las placas y frontiles pertenecerían a un "ajuar litúrgico utilizado para la procesión presacrifical de un toro y una vaca".
01/10/2012. 20 minutos.
Un reciente estudio elaborador por los prestigiosos arqueólogos Fernando Amores y José Luis Escacena defiende la hipótesis de que el famoso tesoro del Carambolo, descubierto en 1958 en Camas y formado por 21 piezas de oro de 24 kilates, fue un ajuar que engalanaba a un sacerdote y a dos bóvidos destinados a ser inmolados en honor de los antiguos dioses fenicios Baal y Astarté.
El tesoro del Carambolo, como es sabido, fue descubierto en 1958 en el cerro homónimo de Camas, en el marco del hallazgo de los vestigios arquitectónicos de un antiguo santuario que los expertos atribuyen a una población de influencia fenicia. La localización de una figura atribuida a la diosa fenicia Astarté, en ese sentido, sostiene la tesis tradicional de que el santuario estaba dedicado expresamente a esta divinidad, toda vez que la antigüedad de las 21 piezas de oro labradas al estilo oriental que conforman el tesoro del Carambolo se remontaría a los siglos VII y VIII antes de Cristo.
El motivo del tesoro
Pues bien, los arqueólogos sevillanos Fernando Amores y José Luis Escacena han elaborado un nuevo estudio, titulado 'Revestidos como Dios manda. El tesoro del Carambolo como ajuar de consagración', al objeto de profundizar en el papel que este fabuloso ajuar jugaba en el mencionado santuario de influencia fenicia. El objeto del estudio no es otro que esclarecer "quienes y para qué" poseían y utilizaban este ajuar áureo, según expone los arqueólogos Amores y José Luis Escacena en este documento publicado en la revista de prehistoria y arqueología de la Universidad de Sevilla y recogido por Europa Press.
Este estudio rememora que Juan de Mata Carriazo, el primer arqueólogo en investigar el yacimiento del Carambolo y el propio tesoro, sostuvo en su momento que "las joyas pertenecerían al ajuar de un monarca tartésico", aunque Amores y Escacena avisan de que la asunción de esta hipótesis obliga a pensar en un "Argantonio gigantesco" en el que encajasen las diferentes piezas del ajuar, en referencia al mítico monarca tartésico citado en los antiguos textos históricos. En ese sentido, Amores y Escacena recuperan una idea ya defendida por ellos mismos unos diez años atrás y sostienen que el tesoro del Carambolo no es otra cosa que "un ajuar litúrgico destinado por la comunidad fenicia a los sacrificios llevados a cabo en honor de sus principales dioses". "El conjunto incluiría el atuendo sacerdotal, más los atalajes de sendos bóvidos ofrecidos a Baal y a su compañera Astarté", señala el informe.
"ajuar litúrgico"
De tal manera, estos dos arqueólogos exponen que "el lote de joyas supone el ajuar litúrgico utilizado para la procesión presacrifical de un toro y una vaca inmolados, respectivamente, para Baal y Astarté". Para defender esta idea, que recupera y "matiza" la propuesta ya esgrimida por ambos en 2003, Amores y Escacena argumentan toda una serie de textos históricos que prueban que "durante la Antigüedad, la dedicación de primicias a los dioses que consistían en sacrificios de animales iban normalmente precedidas de la correspondiente procesión", toda vez que "las costumbres religiosas (...) requerían la vestimenta adecuada para la ocasión. De ahí que los animales se engalanaran convenientemente antes de ser presentados a la divinidad".
Amores y Escacena abundan en esta tesis con el argumento de que "para la época tartésica, algunos toros representados sobre vasijas llevan esta prenda u otra parecida que cuelga de la espalda del animal", en referencia a una banda ancha o cincha posada sobre el lomo del animal y que cae por sus flancos. Como ejemplo, citan los arqueólogos "una escena de decoración vascular" procedente de un yacimiento de Marchena, porque esta escena muestra "un bóvido pintado al estilo de las cerámicas orientalizantes del ámbito tartésico" y el animal en cuestión "aparece recorrido verticalmente por una especie de paño de bordes festoneados".
El papel de las placas
Además, citan un texto del poeta Prudencio que describe un toro engalanado para una ceremonia con "los flancos cubiertos entre guirnaldas entretejidas y los cuernos envainados", pues tal testimonio probaría "el posible papel de las placas rectangulares" del tesoro, que descansarían sobre "bandas" colocadas a su vez sobre la piel del animal. Las piezas que Juan de Mata Carriazo identificaba como 'pectorales' del ajuar de un jerarca o gran sacerdote, de otro lado, corresponderían a frontiles que adornarían la "testuz" de los bóvidos, con lo que la hipótesis de Amores y Escacena sostiene que "el sacerdote" del ritual "luce el collar y los brazaletes" del tesoro en sus bíceps "mientras que la vaca aparece engalanada con el juego de frontil y placas que dispone de rosetas y el toro con el que carece de ellas.
"El ajuar que engalanaba a la hembra sería el que muestra de forma insistente la roseta, representación gráfica de la hierofanía de la diosa madre e icono de Astarté (...) y, por exclusión, el otro lote revestiría al macho consagrado a Baal, lo que encajaría con este dios si las medias esferas constituyesen alusiones solares". "Rosetas y semiesferas están presentes, en fin, en los brazaletes, prenda reservada al clero encargado de llevar a cabo el sacrificio", resumen Amores y Escacena en este documento. Finalmente, los arqueólogos mencionan la oposición de la profesora de la Universidad de Sevilla María Luisa de la Bandera a la idea de que el tesoro fuese usado para adornar bóvidos bajo la premisa de que "el oro era un metal de uso exclusivo para los dioses".
Y es que, "al recibir el ajuar litúrgico sobre sus cuerpos, el dogma de la época sostendría que los animales experimentaban una transustanciación de su condición carnal, proceso por el que se convertían en la propia divinidad", defienden finalmente Fernando Amores y José Luis Escacena.
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