El monasterio de San Isidoro del Campo de Santiponce conserva una de las grandes obras de Martínez Montañés: su retablo.
03/10/2016. ABC.
Martínez Montañés olvidado y en peligro. En Santiponce, en el monasterio de San Isidoro del Campo, la lejana fundación de 1289 concedida a Alonso Pérez de Guzmán por Fernando IV, se conserva una de las obras fundamentales de la historia del retablo español, el monumental conjunto que preside la iglesia de un conjunto que ha vuelto a ser noticia. Y no positiva. El robo de unos valiosos paños de azulejos ha vuelto a poner de relieve la escasa atención que se presta a un conjunto monumental de incalculable valor del que se debe recordar la importancia de su retablo mayor, por su calidad artística y por la influencia posterior que ejerció en la evolución de este tipo de creaciones artísticas. Una pieza de primera categoría europea, apenas valorada y conocida, y con una discretísima protección por parte de la administración autonómica que apenas se salva por la voluntariosa disposición de los empleados del monumento.
El 16 de noviembre de 1609 firmaba Martínez Montañés el compromiso de realización del retablo mayor de la iglesia del monasterio, una obra cumbre de la retablística española que sigue la función de retablo-sepulcro, y que fue catalogado por el profesor Palomero Páramo dentro de la estética del Renacimiento, aunque por su cronología se incluye entre la formas del primer Barroco.
El promotor de la obra fue el jerónimo fray Juan Bautista. Martínez Montañés se comprometió a su realización en 18 meses, tasándose su precio en 3500 ducados. En 1613 se firmó la escritura notarial de cancelación, constando la colaboración en la obra de grandes autores, como Juan de Mesa, Francisco de Villegas, Francisco de Ocampo o Juan de Oviedo el Mozo, artistas de gran envergadura que plantean numerosas interrogantes a la hora de delimitar dónde está la mano directa del maestro y dónde llega la mano de colaboradores de tan alto nivel. A la calidad de estos escultores se uniría la intervención del pintor Francisco Pacheco como policromador. Nada nuevo bajo el sol: la obra se terminó en un tiempo superior al pactado, con sobrecostes reconocidos por los propios frailes.
En el contrato de la obra aparecen numerosos detalles sobre el sistema de trabajo del amplio taller que participó en el retablo, indicando el hospedaje de los colaboradores en aposentos monacales. Todos se alimentarían del menú que salía diariamente de los fogones del convento, una estrecha relación para realizar la obra en el menor tiempo posible y con el máximo control.
La traza del retablo debió adaptarse al ábside ochavado de la iglesia de los jerónimos, organizándose el retablo se organiza en dos cuerpos y tres calles.
Se empleó en la arquitectura del retablo madera de borne (término que se aplicaba en los siglos XVI y XVII para referirse al pino de Flandes, una madera relativamente barata), mientras que se reservó el cedro (madera de procedencia oriental, mucho más costosa) para las esculturas. Las calles se compartimentan mediante columnas estriadas de capiteles corintios, mientras que los relieves están flanqueados por columnas de fuste entorchado.
En los frontones se opta por la alternancia clásica (ya seguida por Miguel Ángel y otros muchos arquitectos del Renacimiento italiano) de frontones rectos con otros curvos, en los que aparecen figuras recostadas. Se completa con una decoración pictórica de anacrónicos grutescos.
La arquitectura del retablo se inspira en Sebastián Serlio, con presencia de alegorías recostadas en los frontones curvos para romper el ritmo y la horizontalidad, y la presencia de un plano rectangular sobre un frontón roto: elementos que aparecen en el frontispicio de la edición veneciana de 1570 de los Cuatro Libros de Arquitectura de Andrea Palladio.
Preside el primer cuerpo la figura de San Jerónimo, titular de la orden que concertó la obra. Es obra excepcional que tuvo antecedentes más modestos en tallas como el San Jerónimo Penitente conservado en la localidad de Llerena, en Badajoz, y que tuvo como modelo evidente en la obra de Torrgiano (hoy conservado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla).
La imagen es talla de bulto redondo, de 1,60 metros, concebida para procesionar en andas, y muestra la iconografía penitencial de San Jerónimo: abandonado el capelo cardenalicio, arrodillado tras retirarse a hacer penitencia en el desierto, golpea su pecho con una piedra, una talla que fue policromada por Francisco Pacheco.
En los laterales se sitúan dos relieves que representan la escena de la Adoración de los Reyes Magos y la Adoración de los pastores, excelentes composiciones de medida clásica en las que el maestro equilibra y organiza las composiciones en un cerrado círculo en torno a la figura del niño Jesús (Adoración de los Pastores) y en una conjunción de líneas diagonales (Adoración de los Magos. Iconográficamente serían dos teofanías, dos escenas en las que se rinde culto y reconocimiento a la Divinidad de Jesús, desde el plano del pueblo (pastores) o desde el plano del poder y la sabiduría (Reyes Magos).
En los extremos, se sitúan las figuras de San Juan Bautista, portando el libro con el Cordero, y de San Juan Evangelista, que porta el cáliz recordatorio de un veneno del que logró salvarse tras exorcizarlo. Marcan las iconografías convencionales de dos santos que serían repetidamente interpretados por Montañés: el Bautista es obra de rostro clásico, mirada lateral, tratamiento pormenorizado del flequillo y de la barba, vestido con pieles rotas que permiten ver su pierna izquierda y parte del torso. Por su parte, el Evangelista es más teatral en su composición, siguiendo su rostro unas formas andróginas, con la particularidad de emplear la raya en medio en los cabellos (quizás el antecedente de obras posteriores como Jesús de la Pasión) y de no mostrar el habitual flequillo montañesino.
Se suele señalar la intervención de colaboradores en el segundo cuerpo del retablo, presidido por la imagen de San Isidoro, el titular de la iglesia. La talla mide 1,87, al estar destinada a una mayor altura y al mantenimiento de una perspectiva más forzada; muestra al santo revestido de pontifical con alba, capa pluvial, mitra y báculo, y en su mano izquierda un libro, probable alusión a las Etimologías. En los laterales se sitúan las representaciones de la Resurrección y de la Ascensión del Señor, escenas más irregulares en su factura.
En el ático se sitúa la escena de la Asunción de la Virgen, monumental composición de 2,18 metros de alto, en la que cuatro ángeles rodean a María y cuya influencia mantendría el propio Juan de Mesa en el contrato que suscribió en 1619 con Luis de Figueroa, por el que se obligaba a ejecutar una historia de la Asunción de la Virgen de dos varas con cuatro ángeles, obra que hoy se conserva en la parroquia sevillana de la Magdalena, antiguo templo dominico de San Pablo. Según punta el profesor Navarrete Prieto, no habría que olvidar la dependencia formal de los relieves, y de un dibujo atribuido a Mesa conservado en la colección Abelló, con una estampa de La Coronación de la Virgen de Cornelis Cort, sobre composición de Federico Zuccaro (ca. 1541-1609), que influyó en las composiciones de este tema.
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