Y en esas estábamos hasta que un nuevo milagro arqueológico ha vuelto a sacudir lo que conocemos de Tartessos.
30/05/2018. Andalucía Información.Tartessos, la misteriosa civilización desarrollada sobre nuestra tierra hace más de dos mil quinientos años, guarda aún grandes secretos por resolver. Las fuentes clásicas cantan al reino mítico por su riqueza proverbial. La Biblia se asombra ante sus naves, que transportaron desde nuestras minas la plata para el Templo del rey Salomón. Los griegos escribieron acerca de la gran ciudad de Tartessos que, a día de hoy, no sabemos ubicar. Shulten y Bonsor la buscaron con ahínco en el corazón del Coto de Doñana, sin éxito alguno y bajo el desprecio de la ciencia contemporánea, que consideraba que Tartessos no era más que un puro mito. Lo mismo, claro está, que pensaron de Troya hasta que Schliemann la descubriera en 1870.
¿Mito o realidad? La arqueología ya ha dictado sentencia. Tartessos, como civilización, existió, como lo atestiguan los muchos hallazgos: El Carambolo, Doña Blanca, Coria o Asta Regia, entre otros muchos, con sus característicos altares en forma de piel de toro. Pero aún no sabemos si el reino tuvo una gran capital, bautizada como Tartessos, o, por el contrario, se trató de una especie de federación de ciudades-estado. También existe un vivo debate sobre la propia naturaleza poblacional y cultural de Tartessos en el que aún se ignora el grado de involucración fenicia e indígena en el esplendor de la civilización tartésica, con evidente aroma orientalizante.
Mientras la ciencia desvela estos secretos, siempre podemos acudir a los maravillosos mitos clásicos que cantan a Tartessos, la civilización más antigua conocida de Occidente. Gárgoris, Habidis, Gerión, Hércules, Norax, el Jardín de las Hespérides, Argantonio son figuras míticas que quizás custodien a personajes reales bajo su manto legendario.
El periodo tartésico comenzaría sobre el siglo VIII a.C. para alcanzar su apogeo en el VI y finalizar agonizando alrededor del 400 a.C. ¿Y qué sabemos de su final? Pues dos descubrimientos iluminan esta etapa hasta ahora sumida en las tinieblas. En 1978 se descubrió Cancho Roano, en Zalamea de la Serena en Badajoz. Un sorprendente santuario tartésico, ocultado por sus propios moradores bajo un túmulo de tierra perfectamente levantado. Y en su interior, un riquísimo ajuar de joyas, figuras en bronce y cerámicas. El hallazgo movió los cimientos de lo que hasta entonces se conocía de Tartessos. Por una parte, se descubrió que se extendió hasta la línea del Guadiana, por otra que los sacerdotes decidieron ocultar su riquísimo santuario por un extraño motivo aún desconocido. He tenido la fortuna de visitar en un par de ocasiones Cancho Roano y aún se percibe el eco de la tragedia. ¿Por qué autodestruyeron tan espléndido santuario con todas sus riquezas dentro?
Y en esas estábamos hasta que un nuevo milagro arqueológico ha vuelto a sacudir lo que conocemos de Tartessos. Lo imposible se encarnó en el Turuñuelo de Guareña, también en Badajoz. Bajo un montículo de tierra se descubrieron unas formidables ruinas tartésicas, aún en excavación bajo la experta dirección de Sebastián Celestino y Esther Rodríguez. Para sorpresas de todos, aquel túmulo situado en plena zona regable del Plan Badajoz y junto a un cortijo de labor, custodiaba, ni más ni menos, que al más importante santuario clásico de todo el Mediterráneo Occidental. Visitarlo supone sumirse en un mar de emociones ya que, como en Cancho Roano, el santuario fue clausurado por sus moradores. Y antes celebraron un sangriento aquelarre ritual, conocido en el mundo clásico como hecatombe, en el que más de cincuenta animales, la mayoría caballos, fueron sacrificados y depositados en el patio, configurando un dantesco escenario. ¿Por qué los sacerdotes ordenaron sacrificar a sus posesiones más valiosas y queridas, los caballos? ¿Qué oculta todavía el Turuñuelo? En alguna de sus salas aún no excavadas, junto a los tesoros por descubrir, nos aguarda la respuesta para la pregunta fundamental. ¿Por qué desapareció Tartessos?
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