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Arqueología de la gran hecatombe tartésica

 El sacrificio de caballos en las Casas del Turuñuelo, uno de los yacimientos más importantes de España, se realizó en dos fases, con los animales más valiosos. 

05/09/2021. ABC

Sobrecoge descender los escalones de la magnífica escalera de las Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz). Cuando los arqueólogos del proyecto ' Construyendo Tarteso' descubrieron los primeros peldaños pensaron que se trataba de la entrada al edificio que estaban excavando. Ya habían destapado una gran estancia con un altar con forma de piel de toro, característico de los santuarios tartésicos, y una intrigante bañera-sarcófago. Habían abierto también la sala del banquete, donde se comió desmesuradamente antes de sepultar este sitio para siempre a finales del siglo V antes de Cristo, tal vez a causa de un drástico cambio climático que obligó a esta población a marcharse. Era lógico pensar que esos escalones serían un acceso similar al del vecino yacimiento tartésico de Cancho Roano, pero tras un peldaño había otro y otro más...

Cuando llegaron al undécimo, se encontraron ante una gran escalinata de casi tres metros de altura construida con grandes sillares de piedra y bloques fabricados con mortero de cal, una técnica que solo se había documentado en época romana. Era un hallazgo excepcional, pero aún no sabían la sorpresa que les deparaba el patio de unos 125 metros cuadrados que se extendía a sus pies. Allí, además de hallar un fragmento de una escultura de mármol griega del siglo V a.C. y vidrios macedónicos, se toparon con la imponente escena de un sacrificio en masa de animales.

Hasta 41 équidos muertos (la mayoría caballos, pero también mulas y un asno), así como varias vacas, cerdos y un perro fueron colocados allí con cuidado y después sepultados con dos metros de tierra. La visión desde la escalera de esa media hecatombe de caballos (una hecatombe designaba originalmente a un sacrificio religioso de cien animales) enmudecía a quienes la contemplaban. Aunque existían referencias en los textos antiguos sobre este tipo de rituales, era la primera vez en todo el Mediterráneo que se documentaba uno arqueológicamente.

¿Cómo llevaron a cabo este sacrificio de animales? ¿Por qué dispusieron a los caballos con esas posturas? Algunos parecían estar galopando, otros descansando, a los pies de la escalera los cuellos de dos de ellos se cruzaban... ¿Qué se quiso expresar con su colocación? ¿Qué llevó a esas gentes a sacrificar lo que más preciaban? Las preguntas, desde entonces, no han dejado de multiplicarse. Aunque las diversas investigaciones emprendidas desde diversos ámbitos científicos están lejos de finalizar, algunos interrogantes ya están encontrando respuesta.

Pilar Iborra y Silvia Albizuri, las dos arqueozoólogas que realizan el estudio taxonómico de los huesos, han descubierto que «existe una temporalidad» en su disposición. El sacrificio se llevó a cabo en dos fases. Los huesos desconexos y esparcidos de 9 caballos y un perro, con señales de haber sido mordidos por carroñeros (seguramente lobos), indican que estos animales permanecieron muertos durante un tiempo antes de ser sepultados en el cuadrante sureste del patio.

«Entre esta primera fase y la siguiente hay un tiempo de distancia. ¿Cuánto? Es muy difícil saberlo. Desde cuatro a seis semanas o meses», explica Albizuri, investigadora de la Universidad de Barcelona. Los esqueletos del resto de los animales fueron hallados enteros, en conexión anatómica. Uno de ellos, 'Fermín', ha sido recuperado prácticamente por completo. Todo apunta a que fueron sacrificados en un momento posterior y que los colocaron con esmero en el patio y los cubrieron de tierra antes de que comenzara su putrefacción.

Quienes llevaron a cabo este ritual dispusieron previamente unos lechos de semillas y lajas de piedra en el patio. «Hay una preparación intencionada del suelo antes de colocar a los animales», destaca Iborra. Y Albizuri corrobora: «Todo está muy planeado, sabían bien lo que iban a hacer allí». Era una ofrenda a sus dioses minuciosamente planificada en el tiempo.

Con los estudios de microsedimentología están intentando averiguar si bajo los huesos se han conservado restos de sangre que indiquen si fueron sacrificados en el patio o, como algunos sospechan, al menos algunos fueron llevados allí ya muertos. Creen que el olor de la sangre habría encabritado a los animales, dificultando en extremo la labor de los ejecutores. Quizá los sedaran de alguna manera o los atontaran de un golpe en la cabeza antes de degollarlos. En el patio se ha encontrado una maza que están analizando para ver si sirvió para este propósito.

Sacrificaron «lo mejor»

De lo que no hay duda es que casi todos los équidos eran machos adultos, de entre 5 y 7 años. «No eran caballos viejos, de deshecho», indica la veterinaria María Martín Cuervo. Tampoco con los cerdos se realizó ningún 'fraude piadoso'. El profesor de la Universidad de Córdoba Rafael Martínez Sánchez ha descubierto que había al menos cuatro y todas eran hembras de entre año y medio y dos años que estaban en su mejor época para criar. «En Turuñuelo se sacrifica lo mejor», subraya.

Los caballos medían alrededor de metro y medio de altura, como otros hallados en yacimientos ibéricos, semejantes a los asturcones y los pottokas de la actualidad. El grupo de veterinarios que está realizando tomografías axiales computerizadas (TAC) a los huesos ha descubierto lesiones propias de animales de trabajo. «Pensamos que fueron dedicados a transporte y labores agrícolas, ninguno tiene marcas de un caballo de guerra», señala Martín Cuervo.

Los análisis de ADN se han visto retrasados en este último año y medio por el Covid, pero Jaime Lira espera que en breve puedan confirmar el sexo de todos los animales y revelar, por ejemplo, datos sobre su origen o sobre la coloración que tenían. «Si todos fueran del mismo color sería un dato relevante del ritual», señala este investigador de la Universidad de Extremadura. De momento han obtenido unas 30 muestras de caballos del Turuñuelo que compararán con las de otros hallados en otros yacimientos, como Cancho Roano o El Portalón, en Atapuerca. Al ser una cantidad importante de caballos de la misma época, Lira confía en descubrir «qué características tenían los caballos domésticos de la Primera Edad del Hierro».

También los análisis de isótopos de estroncio y oxígeno que están realizando Silvia Valenzuela y Ariadna Nieto arrojarán luz sobre la movilidad y el origen geográfico de los équidos.

Se reanudan las excavaciones

Los huesos de los últimos dos caballos fueron extraídos a principios del verano. Por fin, tras permanecer tres años paralizados por la falta de acuerdo entre el propietario del terreno y la Junta de Extremadura, la declaración del yacimiento como Bien de Interés Cultural ha permitido al equipo del Instituto de Arqueología (CSIC-Junta de Extremadura) reanudar los trabajos.

Esta larga espera ha sido «un factor negativo» para la conservación de estos últimos restos, según explica Rafael Martínez Valle, del laboratorio de Arqueología del Instituto Valenciano de conservación, restauración e investigación de bienes culturales. Sin embargo, gracias a las precauciones tomadas al finalizar la campaña de excavaciones de 2018, «no ha sido un daño irreversible», añade.

Como no hay mal que por bien no venga, con las lluvias caídas en estos años se han abierto muchas cárcavas en el yacimiento y los arqueólogos han podido ver que justo detrás del corredor que rodea la planta baja del edificio hay otro pasillo que también le da la vuelta. Y donde pensaban que terminaba el complejo, han descubierto que aún continúa. «Desde ese punto hasta el final del túmulo hay tres metros y esto da o bien para que haya más escalones para salvar esos metros o una rampa de acceso o lo que sea, porque a los caballos tuvieron que meterlos de alguna forma. Y recto no puede ser porque hay demasiado desnivel», explica Sebastián Celestino, director de las excavaciones.

Sus próximos pasos se encaminarán a ver qué se esconde en esa zona hoy enterrada y qué hay detrás de la puerta de la habitación del individuo muerto del piso superior, donde encontraron la única inhumación tartésica que se conoce (en esta época siempre se incineraba a los muertos). Le han llamado Desi y lo han apodado el centinela, porque fue encontrado junto a la puerta, con dos lanzas a su lado. «Sabemos que tenía 24 años, que mide 1,65 (era un buen mozo para la época) y ahora están examinando el ADN para intentar conocer su origen y si tenía alguna enfermedad en especial. No parece una muerte violenta», relata Celestino.

Antes de abandonar el túmulo, del que aún solo se ha excavado un 25%, llaman la atención del director de las excavaciones por un dibujo circular que han encontrado grabado en la pared, junto a la primera sala que excavaron y que han descubierto que estaba abovedada. Un misterio más en un yacimiento que no deja de sorprender.

El II Premio de la Fundación Palarq, en octubre

Invitados por la Fundación Palarq, diversas personalidades fueron testigos de cómo los arqueólogos recuperaban con sumo cuidado los huesos de los últimos caballos. Guiados por Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, director y codirectora de las excavaciones, pudieron comprobar además el estado actual del yacimiento pacense, que fue galardonado con el I Premio Nacional de Arqueología y Paleontología que concede esta institución.

Entre los asistentes que acompañaron desde Barcelona a Antonio Gallardo, presidente de la Fundación Palarq, se encontraban varios patronos de la institución y miembros del jurado de los premios, como Luis Monreal, director general del Aga Khan Trust for Culture, la paleontóloga y primatóloga francesa Brigitte Senut, Pepe Serra Villalba, director del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), el presidente de RBA, Ricardo Rodrigo, o la catedrática de Arqueología Margarita Orfila Pons. Desde Madrid acudieron el director del Museo Arqueológico Nacional, Andrés Carretero Pérez y su esposa Belén Martínez Díaz, también arqueóloga.

Gallardo apuntó a ABC durante la visita que el próximo 7 de octubre prevén que se reúna el jurado que fallará el II Premio Nacional de Arqueología y Paleontología de la Fundación Palarq. «En teoría toca alguien de Paleontología, pero ya veremos, lo que diga el jurado», remarcó.


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