El Correo. 29/11/2009. Antonio Zoido.
Decía el otro día Javier Baselga, posiblemente el técnico de turismo con más experiencia de estos contornos, que a Andalucía -y a Sevilla en particular- sólo le faltaban dos cosas: el arte románico y que se hubieran quedado unos años más los fenicios para enseñar a comerciar. Y es verdad: siguen manteniéndose los viejos rasgos de hidalguía y se excava, se edifica o se restaura no para vender lo sacado a la luz o lo construido sino para mostrar condescendientemente el esplendor, como lo muestra el rico abriendo de par en par el portalón de su casa-palacio a fin de que los que pasen puedan contemplar el patio con las macetas sobre el mosaico romano.
El toma y daca del turismo nos parece una profesión deshonrosa, propia de países subdesarrollados, sin caer en la cuenta de que son los países con más desarrollo –Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Holanda, Austria…- los que más dinero recogen en el arte de atraer y hacer gastar a viajeros. Por eso mantenemos ocultos los tesoros de nuestras iglesias y a los establecimientos hosteleros ni se les ocurre poner a alguien en la puerta invitando a los turistas a pasar. Salvo contadas excepciones, la promoción comercial no existe; eso sería rebajarse.
Tampoco los planes económicos. Aparece la muralla de Itálica del tiempo de Escipión el Africano y tenemos un nuevo valor patrimonial pero nadie moverá un dedo para hacer de ello un producto. Junto a las minuciosas medidas para excavar el yacimiento nadie se ocupará de tomar otras que prevean extraer beneficios. Horadamos la tierra como el lord inglés cava su jardín, por el puro entretenimiento de quien tiene como objetivo presentar a concurso una rosa. Los fenicios nos hubieran venido muy bien pero, seguramente, alguien les indicó el camino de Barcelona. Ésta era una tierra de hidalgos.
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