Hoy. 03/01/2010. Estefanía Zarallo
La dehesa está en calma. Tan sólo se escucha de fondo alguna oveja que completa el bucólico paisaje. El ruido del motor del coche irrumpe entre tanta paz. A su paso, todo vuelve a quedar tal y como estaba. En silencio. «No todos los días se contempla un lugar como este», comenta Gonzalo Grajera mientras conduce su todoterreno con maestría entre decenas de encinas y alcornoques. El privilegio no es solo contemplar el paisaje sino atravesarlo para llegar a uno de los extremos de la finca 'Prado de Lácara'.
«Ahí lo tenéis -exclama- ahí está el dolmen de Lácara». Entre los árboles el visitante se topa con cerca de 6.000 años de historia. Allí, en silencio y contemplando el paso de los años con aire estoico, se encuentra uno de los monumentos funerarios prehistóricos más importantes y mejor conservados de España. Y, desde el pasado 16 de diciembre, aún más extremeño.
La Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura anunció que hacía efectiva su compra y que comenzaría un proyecto que lo pondrá 'en el mapa turístico', ya que se quiere garantizar el funcionamiento cultural y turístico de este valioso elemento patrimonial.
Para ello facilitará el acceso e incluso puede que construya una zona de aparcamientos, pues también se ha hecho con el camino para llegar al monumento. En total unas dos hectáreas de extensión de terreno de la finca.
Aunque ahora se pretende potenciar el turismo, el dolmen siempre se ha podido visitar. De hecho, a pesar de la escasa señalización y promoción de la zona, cada año recibe una media de 2.000 visitantes. Y todo ello cuando se encuentra desde hace casi cuatro décadas en una propiedad privada: la finca 'Prado de Lácara' propiedad de María Fernández Jiménez y de sus hijos, entre los que se encuentra Gonzalo Grajera que hace de improvisado guía para mostrar el monumento megalítico a los lectores de HOY.
Gonzalo estudió en Villafranca de los Barros, vive en La Garrovilla, se dedica a la agricultura y la ganadería y recuerda el dolmen desde que tiene uso de razón. Para encontrar su vinculación hay que remontarse cerca de 40 años.
Apenas era un niño cuando su padre compró una coqueta finca de 225 hectáreas. En su interior una joya de finales del Neolítico: un dolmen de unos 40 metros de diámetro que, aunque legalmente era propiedad de la familia Grajera - Fernández, siempre estuvo abierto a todos los turistas que llegasen hasta ese enclave extremeño.
Una puerta dentro de la misma verja de entrada con un pequeño cerrojo permitía el acceso al interior de la finca. La entrada para cualquier visitante interesado por la Arqueología y por la Historia ha estado siempre abierta, 24 horas al día, cada semana durante años.
Y hasta allí, a pocos kilómetros de Mérida, en la carretera que une Aljucén y La Nava de Santiago han llegado miles de turistas en estos años. «Hasta desde Japón», comenta Gonzalo. Los visitantes extranjeros se han contado por centenares y Gonzalo no duda en destacar su respeto por el patrimonio, por el entorno y por procurar mantener todo tal y como estaba. Al fin y al cabo es la única manera de que las generaciones venideras puedan disfrutar de él.
Pero no todos los visitantes han hecho gala de su educación. Basura, bolsas, papeles e incluso una hoguera en su interior ha tenido que soportar este dolmen. En la actualidad un cartel recuerda que no se debe encender fuego. Algo que debería estar claro para los que hasta allí se acercan pero que algunos parecen olvidar.
Profesores y alumnos de la vecina localidad de La Nava de Santiago siempre se han preocupado de su mantenimiento. De hecho, son los que han elaborado los carteles que piden respeto por el entorno, según narra Gonzalo que ha observado como decenas de personas campaban por su propiedad durante años.
Por ello, cuando se le pregunta si le da pena venderlo - algo que le dice todo el mundo desde que se hizo oficial la venta- reconoce que sí, que le da cierta nostalgia pero que la operación le quita también algún que otro disgusto. Sobre todo porque los visitantes y sus actos incívicos crean problemas para las ovejas y cerdos que hay en la finca ya que pueden transmitir enfermedades al ganado con el que Gonzalo se gana la vida junto a su explotación agrícola, destinada a los cereales.
«Nosotros -comenta el que ha sido uno de los propietarios hasta hace unos días- siempre hemos procurado cuidarlo. No hemos hecho labores cerca, hemos tenido precaución a la hora de podar las encinas y hemos cuidado el entorno especialmente. De hecho, yo siempre lo recuerdo igual, aunque no soy un experto en el tema creo que está bastante bien conservado». En el buen estado de mantenimiento coinciden también los expertos.
Es uno de los detalles, pero, ¿qué conoce Gonzalo del monumento? El extremeño reconoce que lo que sabe sobre el dolmen lo aprendió en las clases de Historia. Sin duda tuvo que ser curioso estudiar en apuntes y libros información sobre un monumento que se encuentra en la finca familiar. Pero más curioso aún que las excursiones del colegio sean a un lugar de sobra conocido: su propia finca.
«Yo acudía al colegio San José, en Villafranca y cuando estudiábamos Historia hacíamos alguna que otra excursión al dolmen para poder verlo», recuerda. «Pienso que los extremeños de la Prehistoria eran bastante más inteligentes que nosotros, porque movían muchísimo peso sin herramientas», bromea.
Y es que su infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, como escribió Machado, sino de un dolmen prehistórico donde estuvieron enterrados los extremeños de hace 4.000 años antes de Cristo. Encima de sus piedras de imponentes dimensiones, jugó durante su infancia.
Por ello, cuando se le pregunta por un recuerdo o algún momento especial que tenga en mente vinculado al monumento no lo duda: los juegos y los amigos de la infancia «a los que hace 31 años que no veo. Menos mal que ahora tenemos un encuentro de antiguos alumnos y podré ver a muchos». Seguro que el dolmen surge en alguna de esas conversaciones.
Y junto al monumento, otro de los recuerdos de la infancia de Gonzalo están vinculados a Alberto Oliart. Natural de Mérida, el presidente de Radio Televisión Española y ex ministro de Sanidad, Industria y Defensa tenía una finca cerca de 'Prado de Lácara'. Con frecuencia solía visitar el dolmen. «Era amigo de mi padre y venía él solo y también con amigos», comenta.
Cuando Gonzalo contaba con 14 años de edad su padre falleció y desde entonces ha estado muy vinculado a la fina y por ende, al campo. «Extremadura, gracias a Dios, ha cambiado muchísimo y se ha modernizado en todo este tiempo».
Se declara un «enamorado del campo» y asegura que es algo que tiene que gustar para dedicar toda la vida a un oficio difícil, por lo que reconoce que prefiere que sus hijos se dediquen a otra cosa.
¿Y cómo se podría arreglar esta situación?. «Yo soy partidario de que el campo se oriente hacia el turismo rural. Con la riqueza que tiene Extremadura, hace pensar que aún queda mucho por descubrir, pero algún día se conocerá todo lo que tenemos aquí». Quizás lleve razón sobre todo porque es una persona que conoce de primera mano el interés de los turistas por conocer determinados rincones. Turistas a los que no les ha importado hacer miles de kilómetros para pasar una jornada junto al dolmen. Quizás reside ahí el interés de la administración.
Las negociaciones con la Junta comenzaron hace unos dos años. En enero de 2008 HOY anunció la intención de Patrimonio de adquirir el monumento. Desde entonces se han sucedido las conversaciones. Con anterioridad, hace unos doce años ya intentaron comprarlo, pero no se llegó a ningún acuerdo. Hasta ahora. Tras dos años, ambas partes han puesto todo su interés en que la operación prosperase. Aunque no menciona la cantidad, afirma que el dinero se quedará en la región. Aproximadamente destinará un 70 por ciento a mano de obra en varias fincas que posee.
Cuando arranca el todoterreno que conduce Gonzalo el dolmen queda cada vez más lejos y con él se queda su majestuosidad formada por miles de años de historia. Hasta ahora, un tanto desconocido y a partir de ahora, un elemento turístico más pero sobre todo un elemento patrimonial que administración y turistas tienen el deber de cuidar como se merece.
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