La frecuencia e impunidad con que suceden demuestran que cinco mil años de historia no suponen evolucionar. 01/09/2011. La Opinión.
IÑAKI PÉREZ DE LA FUENTE El megalitismo es un fenómeno prehistórico que de alguna manera marca los comienzos de la arquitectura al suponer las primeras transformaciones del espacio natural en espacio humanizado. Un dolmen en mitad de la naturaleza es una manifestación de autoafirmación conmovedora. Un lugar anónimo se transforma por la mera colocación vertical de un monolito con proporciones antropomórficas en un sitio propio. Mudos centinelas de piedra vuelven conocido lo desconocido en una realidad que poseemos desde el momento que actuamos sobre ella.
Las formas de interactuar con el medio son obviamente múltiples, las más complejas por lo general son las que definen el nivel de una sociedad, al precisar de una mayor coincidencia coordinada de esfuerzos. Por el contrario, las manifestaciones individuales sobre el medio físico suelen ser bastante más básicas y limitadas. Hemos cambiado de hábitat, de una naturaleza virgen a la ciudad como nueva naturaleza humanizada. De alguna forma, en el transcurso de este proceso, se han mantenido determinadas pulsiones primitivas por señalar un lugar, por hacerlo propio y por significarse como individuo al dejar una impronta personal en el mismo. El signo del acto no siempre está claro, a fin de cuentas todo acto, tanto de creación como de destrucción, son manifestaciones de poder, actos de autoafirmación.
Las obras recientes en una ciudad suelen convertirse irremediablemente en lugares propicios para marcar el nuevo territorio. Y muchas veces en sentido literal: en la recientemente rehabilitada zona de calle Alcazabilla se pueden ver actos de afirmación personal dignos de un estudio antropológico. Los jardines de Ibn Gabirol son zonas de acampada de grupos trashumantes, las fachadas del Picasso se convierten en el muro de las secreciones, un depósito de ADN tribal y un sello de propiedad; los primitivos graffitis reaparecen junto al Teatro Romano después del sobrecosto que supone su limpieza periódica; el mismo foso del Teatro es accidentada despensa de provisiones; la contemporánea pirámide sufrió los esfuerzos destructivos necesarios para la rotura de sus vidrios de seguridad. La frecuencia e impunidad con que estas cosas suceden demuestran que cinco mil años de historia no son nada en términos evolutivos y que, o nos ayudamos, o seguiremos reconociendo la selva en la ciudad.
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