En estos tiempos en los que ya ni El Carambolo es lo que era, todavía se puede leer en publicaciones, generalmente de temática local, que todos los castillos de nuestros pueblos son irremediablemente árabes, por la misma razón por la que todos los puentes antiguos, o con la apariencia de serlo, son honorablemente romanos. Estas atribuciones, tan arraigadas en la estimación popular y en los despachos de las alcaldías, tienen, o tenían, su justificación en la historiografía tradicional, que cuando no sabía precisar la cronología constructiva de algún edificio histórico recurría a expresiones como “del tiempo de moros”, o se apropiaba de la dignidad de ser “obra de romanos”.
La mayoría de los castillos de los pueblos sevillanos son fábricas castellanas de repoblación, aunque siempre se les coloca la coletilla “de origen árabe” por si acaso. Respecto a los puentes, podría ser una verdad a medias que todos eran “romanos”, al menos hasta la llegada de la arquitectura ferroviaria, es decir, como simplificación del razonamiento de que eran puentes fabricados a la manera romana, aunque hubiesen sido construidos en pleno siglo XVIII. Con la misma legitimidad no problemática con la que denominamos a la teja curva tradicional como “árabe”, sin que por ello pensemos que se trate de piezas islámicas medievales, sería relativamente compresible referenciar culturalmente nuestros modestos puentes viejos como “romanos”, siempre que no se induzca al error de atribuir cronologías antiguas a construcciones que en su mayoría no son ni siquiera medievales.
En la provincia de Sevilla, a falta del gran puente romano que nunca cruzó el Guadalquivir, se identificaban tradicionalmente como tales los puentes de San Nicolás del Puerto, Alcalá de Guadaíra o Aznalcázar, que hoy no dudamos en considerar medieval el primero y del siglo XVIII los dos últimos. Más problemáticos resultan los de Carmona y Écija, porque corresponden a emplazamientos romanos de la antigua Vía Augusta, aunque las fábricas que hoy existen correspondan en realidad a las obras del Camino Real de Andalucía de Carlos III. Para contemplar un puente verdaderamente romano en la provincia de Sevilla tendríamos que ir al kilómetro 579 de la carretera Nacional IV, pasando Los Palacios, donde si retiramos la maleza e ignoramos la basura, descubriremos la insólita autenticidad abandonada de los sillares almohadillados del “Augustus Pontem” de La Alcantarilla.
Sobre el cauce de este mismo río Salado de Morón, hoy domesticado para que no inunde las marismas palaciegas como hizo siempre, existen otros dos puentes considerados tradicionalmente como romanos, uno en Montellano y el otro en El Coronil, de desconcertante belleza el primero y de trágico destino el segundo.
Aunque ciertamente no lo es (romano), el puente del Molino Pintado en los Tajos de Mogarejo de Montellano, merecería plenamente serlo. Desde el lecho seco del Salado, su única bóveda peraltada parece un arco de triunfo descarnado, y la erosión de sus sillares calizos le aporta una engañosa apariencia de antigüedad, que no es condición cronológica pero que sí es verdad estética. Unas finísimas pilastras sobre pedestales, con molduras en forma de volutas a modo de basas, denota el premeditado diseño de un tracista ya moderno, aunque en la colocación de los sillares de los tímpanos se detectan algunas irregularidades propias de un cantero remendón. Es un puente de una belleza sobrevenida e impactante, y de una obligada esbeltez para salvar las crecidas encajonadas de un río aparentemente modesto, pero que se envalentona por aquellos paredones de los que salió la caliza vulnerable y amarillenta que construyó el Renacimento de Sevilla. Todo en este lugar de Mogarejo tiene una apariencia de irrealidad, porque no concebimos que estos barrancos puedan estar al final de las campiñas de El Coronil, y porque no acertamos a comprender que una obra tan meritoria pueda estar en un lugar tan recóndito.
Por su parte, el antiguo puente de la Venta del Salado de El Coronil no fue tan apolíneo como su vecino de Mogarejo, pero en cambio fue más útil por su relevancia en el camino del Guadalete (no hay belleza sin utilidad, que diría un romano). Lo conocimos hace ya muchos años en una situación de permanente equilibrio inestable, debido a la desaparición parcial del intradós de su bóveda central, aunque conservando con dignidad las roscas doveladas de los arcos de cada frente. Toda persona que viese este puente pensaría con absoluta lógica que su destino inmediato era ser arrollado por la próxima crecida del Salado, pero en esta precaria situación pasó más de 50 años. Lamentablemente, en abril de 2009 desapareció toda su parte central, y aunque lo lógico sería pensar en el cumplimiento de las profecías, hay cosas que no cuadran: dónde están los materiales removidos y dispersos por la rivera, o las fracturas irregulares que evidencien el colapso de la bóveda; en su lugar sólo hay muestras de cortes limpios y de una eliminación selectiva de los sillares. Es posible que, además del impetuoso Salado de las tormentas, la proliferación de vegetación arbustiva de gran porte sobre la misma fábrica del puente haya podido desestabilizar el frágil equilibrio de las dovelas, pero también es posible que la inexorable depredación humana haya rematado la tarea que el Salado de Morón tenía pendiente.
Con todo, lo peor es la absoluta indolencia con la que se ha asumido la desaparición de este interesante puente histórico, que efectivamente no era romano como lo demuestran sus tripas reveladas, pero que hubiera merecido el mismo ejercicio de tutela patrimonial que si lo fuera. Nadie se va a molestar en saber por qué se desmoronó su bóveda central, ni por supuesto si esta situación es recuperable, por mucho que yo les diga que el resto del puente se conserva colmatado bajo los barros arrollados del Salado. Desgraciadamente, este modesto puente nunca tuvo los quince minutos de gloria mediática que dan derecho a que las autoridades competentes no te puedan ignorar.
Esos quince minutos de gloria terminal son la diferencia entre la actual reconstrucción de la torre del castillo de Constantina, que se derrumbó porque no había dinero para apuntalarla, y la condena a la invisibilidad del histórico puente (no) romano El Coronil.
Esperemos, al menos, que la belleza apolínea del puente de Mogarejo encuentre su momento “Sálvame”, antes de que también haya que reclamar sus quince minutos de gloria.
©Fernando Bejines Rodríguez (Publicado en ABC Sevilla, 6/1/2013, pág. 74)
1 comentario:
Magnífico articulo que nos desmenuza una realidad desconocida como son los puentes antiguos de la provincia de Sevilla. ¿Hay en algún sitio de la web un catálogo y sus fichas de tales puentes históricos?
La difusión de su importancia como aquí se ha hecho es una forma de protegerlos.
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