La Casa de la Provincia expone las ilustraciones que realizó en el siglo XIX Demetrio de los Ríos de los suelos de las casas patricias de Itálica. Se trata de un legado que ya no existe más que en aquellos dibujos.
26/04/2014. El Mundo.
SE SENTABA A DIBUJAR al caer la tarde. De las teselas de los mosaicos se escapaba un humo sobrenatural, un aire de otros tiempos que él intentaba atrapar en sus acuarelas. Luego, recogía sus bártulos y se marchaba a su casa de la calle Teodosio 44, en la Calderería de San Lorenzo, a repasar sus pinturas. Dibujaba el pasado milagrosamente rescatado, pero Demetrio de los Ríos tenía la vaga intuición de que inmortalizaba algo a punto de desaparecer. Y así fue.
La Casa de la Provincia muestra estos días una exposición con los fantásticos dibujos que el arqueólogo y arquitecto Demetrio de los Ríos realizó entre 1850 y 1880. Eran ilustraciones que pensaba incorporar a su libro Historia y descripción artística de esta infortunada ciudad y de sus ruinas, pero finalmente quedaron inéditas. Lo paradójico es que aquellos dibujos son hoy el único testimonio que existe de aquellos mosaicos de Itálica.
La de Itálica es la historia de una lenta y laboriosa destrucción. La llamada Sevilla la vieja convocaría a los poetas del tiempo en sus ruinas: desde Medrano a Rodrigo Caro. Y así hasta el siglo XVIII en el que tiene lugar su expolio más dramático, precisamente cuando en Europa se rescaten las ruinas del pasado y se reivindique la cultura grecolatina desde el movimiento ilustrado. En 1711, picos y barrenas asolaron parte de las ruinas para construir un dique frente al Guadalquivir. Y en 1779 se firmó un edicto para la explotación de las «canteras de Itálica» con el fin de construir con los divinos mármoles el Camino Real de Badajoz. Justo en los años en que excavaban Pompeya y Herculano por impulso de Carlos III.
Demetrio de los Ríos es uno de esos héroes intelectuales, un hombre apasionado por el arte y la historia que asiste espantado a la destrucción del patrimonio. Fue clave en la restauración y salvación de la Catedral de León, donde murió dejando inacabados sus trabajos en Itálica. Y en la Sevilla posterior a la Revolución Gloriosa de 1868 salvó de la picota la gran galería de iglesias mudéjares, desde Santa Catalina a San Marcos pasando por Omnium Sanctorum o Santa Marina que aparecían como víctimas de un proyecto de ensache 'apropiado' a la modernización del siglo XIX. Y, más aún, evitó la demolición de la Torre del Oro y la parte plateresca del Ayuntamiento. Sin duda, un héroe.
Repasar ahora sus dibujos tiene algo de magia especular, de artificio del tiempo. Podemos ver qué mosaicos existían en la Itálica de mediados del siglo XIX, aunque la ciudad fuera ya una ruina. Eran un milagro que Demetrio de los Ríos documenta con obsesión, pero que finalmente desaparecen.
Entre las láminas vemos los mosaicos de las Musas, de Los Aurigas, del Circo, de las Ninfas, de Tulia, de Venus. Los mosaicos quedaron a la intemperie y su destrucción obedece a varias circunstancias. Por un lado, las inundaciones del Guadalquivir cubrían a veces la parte baja de Itálica creando capas de fango. También estaba el crecimiento del pueblo de Santiponce que a causa de la inundación en 1603 se instaló en las mismas ruinas romanas. Y luego, estaba el saqueo organizado. ¿Estarán aquellos mosaicos en las estancias de algún palacio?
Muchos fueron los arqueólogos extranjeros que recorren Itálica:Emil Hübner, George Bonsor, Arthur Engel, Pirrer Paris o Archer M. Huntington que hace la fotografía más antigua datada en 1898.
Demetrio de los Ríos denunció el sistema de excavaciones que llevaba a destruir calles y cimientos de edificios con tal de hallar estatuas o lápidas. En su legado hay detalles curiosísimos como una lista en la que se expone el premio que se les daba a los presos que trabajaron en las primeras excavaciones de Itálica. Si encontraban una estatua, se les daba cuatro reales y quince maravedíes si hallaban una lucerna. Todo se hacía para que no robaran.
Estremece observar el dibujo de estos mosaicos que fueron el hermoso suelo de las casas patricias. Se adivina dónde estuvieron las fuentes, los divanes, en qué lugares daba la sombra o se tendía el sol en la hora de la canícula. Y luego, los siglos dispersando las teselas y un hombre que apresuradamente dibuja hermosas diosas y escenas de caza antes de que el tiempo y sus fábulas acaben con todo.
eva.diaz@elmundo.es
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