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Dólmenes de Antequera, una puerta a la prehistoria


La Peña en Antequera..
Los megalitos y formaciones montañosas que podemos visitar en Antequera nos transportan al neolítico, un mundo perdido de hace seis mil años.
26/01/2017. Estrella Digital.

Saliendo de la histórica ciudad de Antequera por la Puerta de Granada, que hallaremos frente a los jardines del Mirador del Rey tras recorrer la calle Belén, se encuentra uno de los enclaves prehistóricos mejor conservados y más destacados de Andalucía: Los Dólmenes de Antequera. Un sitio que, junto a lugares como Altamira, Atapuerca, Stonehenge en Reino Unido, Newgrange en Irlanda o Carnac en Francia, forma parte del excepcional legado megalítico que ha llegado hasta nosotros de las primeras sociedades neolíticas europeas.

En 2016 los Dólmenes de Antequera fueron inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial. Internándonos por sus galerías y estancias podemos viajar en el tiempo, siguiendo las huellas de nuestros más lejanos antepasados. A través de estas reliquias arquitectónicas, surgidas de un pasado remoto, es posible desentrañar las claves de un mundo en el que hombres y mujeres intentaron prosperar como sociedad. Entre cámaras cubiertas por la tierra y espacios adintelados o de falsas cúpulas buscaron respuesta a los misterios de la naturaleza, a la incertidumbre del futuro y a la inevitabilidad de la muerte. Estas enormes piedras monumentales fueron un instrumento primordial, para conectar con su entorno inmediato y tratar de dar significado a un cosmos que en la oscuridad cerrada de las noches neolíticas cubría sus cabezas de estrellas.

El conjunto de los Dólmenes de Antequera está compuesto por los dólmenes de Menga, Viera y el “tholos” de El Romeral, situado a unos 4 km. de distancia de los dos primeros. A estos monumentos prehistóricos se suman dos formaciones montañosas espectaculares, El Torcal y La Peña (o Peña de los enamorados), que proporcionan a este conjunto un valor excepcional.

Las referencias históricas de estos dólmenes se remontan al siglo XVI. En un texto de 1530 se cita ya el dolmen de Menga. Aunque fue el arquitecto Rafael Mitjana y Ardison en 1847 quien con su obra “Memoria sobre el templo druida”, dedicada a esta construcción prehistórica, marcó un antes y un después en los trabajos científicos sobre el fenómeno megalítico. En 1853, la viajera y artista Lady Louisa Tenison también da cuenta del hallazgo de Mitjana en su libro “Castile and Andalucia”. Habría que esperar a 1903 para que los hermanos Antonio y José Viera descubrieran el dolmen que lleva su nombre y un año más tarde el “tholos” de El Romeral.

El estado de conservación de los tres megalitos de Antequera es excelente. Han mantenido su estructura original prácticamente intacta. Asimismo, llama la atención como en estos monumentos se une la tradición cultural atlántica con la mediterránea del ayer inmemorial de Europa. De esta forma, es posible contemplar cámaras que fueron techadas con cubierta adintelada (dolmen) y recintos acabados en bóveda (tholos), sostenidos por imponentes bloques de piedra.

Los megalitos enterrados bajo túmulos de tierra y la naturaleza se integran aquí en un todo, conformando un paisaje repleto de elementos singulares y ancestrales que le confieren un carácter casi mágico. Rituales iniciáticos, ceremonias de fertilidad, llamadas a los antepasados o ritos funerarios impregnan estas vetustas piedras levantadas, a modo de santuario, hace varios miles de años (entre el 4.200 y el 2.200 antes de nuestra era), para reforzar la vinculación simbólica de los moradores de estos lugares con la madre tierra y con el universo, a través de diversas alineaciones.

A diferencia de la mayoría de los megalíticos ibéricos, el corredor del dolmen de Miera no está orientado hacia la salida del sol sino hacia esa impresionante cabeza de un gigante dormido que es La Peña. Esta relación es única en este tipo de construcciones. Con una longitud de 27,50 metros, Menga posee un pozo de 19,50 m. de profundidad. Resulta curioso que el actual cementerio de Antequera se ubique en este espacio que desde hace seis milenios ha tenido un uso funerario. Algo más pequeño, el dolmen de Viera tiene una orientación convencional alineándose con el orto (salida del sol) en los equinoccios. Mide 22 m. de largo y su fecha de construcción aún nos es desconocida. Por último, el “tholos” de El Romeral, mide más de 34 m. de longitud y su orientación es también excepcional, ya que apunta hacia el punto más alto de las pétreas esculturas naturales de El Torcal. Nunca ha sido excavado con procedimientos científicos. Su fecha de construcción es imprecisa, aunque se data en la Edad del Cobre.

Los rocosos parajes de El Torcal fueron poblados, al igual que la cercana Mollina, por los primeras comunidades neolíticas de estas tierras. Varias cuevas, entre las que destaca la cueva de El Toro, fueron habitadas desde el año 5.400 antes de nuestra era en diferentes periodos. En la vega de Antequera también se han identificado asentamientos neolíticos y de la Edad del Cobre, como el Arroto Saladillo, Huerta del Ciprés, el Silillo o el Perezón, ubicados en un radio de 6 km. de los dólmenes, y el yacimiento de Piedras Blancas I situado en La Peña. Por otro lado, en el enclave arqueológico de Peñas de Cabrera (Casabermeja) hallaremos un importante grupo de pinturas rupestres esquemáticas. En todo caso, se piensa que ninguna de estas comunidades de manera individual pudo levantar las construcciones megalíticas de Antequera, sino que se trató de una labor colectiva de clanes con códigos sociales y religiosos comunes.

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