Las máquinas tiran el edificio que la Junta levantó en los años 90 junto a los Dólmenes - FRANCIS SILVA. |
07/04/2018. ABC. Fernando del Valle.
Antequera. Justo a los pies del dolmen de Menga, destrozando la mágica línea visual que durante milenios unió íntimamente el megalito con la Peña de los Enamorados, una gigantesca grúa se afana estos días en echar abajo una construcción descomunal.
Es una buena noticia, pues los operarios tratan de dejar expedita esa continuidad «sagrada» que hace más de dos décadas la propia Junta de Andalucía, gestora del conjunto dolménico reconocido por la Unesco, se encargó de cargarse. Fue una de las exigencias que el organismo internacional puso para su catalogación universal.
No resulta tan edificante, sin embargo, saber que se habrán de invertir 4,5 millones de euros de dinero público en destrozar un mamotreto —y arreglarlo posteriormente—que costó prácticamente ese mismo dinero, pero de 1992, y que además de afectar notablemente a un entorno de semejante trascendencia nunca jamás tuvo uso.
Se trata del ahora denominado Museo de los Dólmenes, que antes, como mandaban todos los cánones, quiso ser «centro de interpretación» del conjunto prehistórico. Una enorme infraestructura alejada de toda lógica que la administración regional se empeñó en construir, cuanto más grande mejor, durante los años de los fastos. Cuando había que compensar con toneladas de dinero del erario público las inversiones que se hacían en otras ciudades.
El proyecto data de 1989, aunque las obras no comenzaron hasta 1993. Y ya entonces estuvieron marcadas por la polémica por su clara afección al paisaje. En 1999 los trabajos, con toda la estructura terminada, se paralizaron por la falta de un proyecto expositivo. Se había invertido en ellos el equivalente en pesetas a cuatro millones de euros. Hoy en día, una construcción de este calibre no bajaría de los diez millones, según todas las fuentes consultadas.
Desde que se dejara parada aquella mole, los miles de visitantes de estas joyas prehistóricas tenían que toparse con lo que parecía un escenario de guerra. El edificio, abandonado, era continuo pasto de los vándalos y tenía prácticamente todos sus cristales rotos, convertidos en improvisadas dianas. En sus aledaños, los ganaderos locales sacaban a pastar sus vacas.
Monumento al despropósito
Como un monumento al despropósito, el inmueble continuó erguido durante años desafiando a la petición que se le había hecho a la Unesco para el reconocimiento del conjunto dolménico, que en 2012 recibió su primera alegría al lograr entrar en la lista indicativa que este organismo hace de manera previa a la ansiada designación.
Todo lo más, se sucedían de forma esporádica los anuncios por parte del Gobierno regional sobre un presunto «rescate» de la construcción, la última vez para convertirlo en sede de un museo sobre la Prehistoria. Nunca nada se hizo.
Pero ocurrió entonces que la llamada para la declaración universal de los Dólmenes surtió efecto. Un histórico julio de 2016, el comité de la Unesco, reunido en Estambul, aprobó la candidatura, que abarca el dolmen de Menga, el de Viera y el «tholos» (cámara funeraria) de El Romeral, junto con los espacios naturales de la cercana Peña de los Enamorados y El Torcal.
En su declaración, unas líneas muy claras, que la propia Junta de Andalucía recoge en su página web sobre el conjunto. Además de destacar la «magnitud colosal» de los megalitos, se hace expresa refencia a «la interacción íntima de los monumentos con la naturaleza, que se manifiesta en el pozo profundo de Menga y en la orientación de Menga y El Romeral hacia supuestas montañas sagradas (La Peña de los Enamorados y El Torcal), que enfatiza la singularidad de este paisaje funerario y ritual prehistórico». Un vínculo que había saltado por los aires a base de hormigón.
Fue por ello que, de forma previa a la declaración como Patrimonio Mundial, el Consejo Internacional de los Monumentos y los Sitios (Icomos), órgano consultivo de la Unesco, realizara varias exigencias para garantizar la designación. La principal, eliminar la afección visual del mamotreto.
Para ello, y más de un año después de aquel hito histórico para Antequera, que ha multiplicado las visitas al mismo, especialmente internacionales, la Junta adjudicó al fin a finales de 2017 la obra de adecuación del edificio. Básicamente supone minimizar su impacto reduciendo su volumen casi en un 36%.
Para conseguirlo se eliminará una planta entera y se modificará sustancialmente su aspecto, suprimiendo los acabados «disonantes», tan a la vanguardia, que le daban una imagen en absoluto conveniente.
Cuando esté terminado, se convertirá en el Museo de los Dólmenes, sin más. 4,5 millones se han presupuestado para todo ello. Para este 2018 la Consejería de Cultura ha presupuestado 2,7 millones.
Su adecuación urge, además, puesto que en 2019 debe producirse la próxima visita de los inspectores de Icomos. Sin embargo, los «hombres de negro» del patrimonio mundial tendrán que contentarse en su inspección con ver máquinas trabajando. El plazo de ejecución del «nuevo» museo es de 28 meses, por lo que no estará terminado para entonces.
El Ayuntamiento, por su parte, también esta cumpliendo con su parte de las exigencias planteadas por el organismo internacional. El Consistorio, que preside el popular Manuel Barón, ha adquirido la parcela colindante al dolmen del Romeral donde se ubicaba una antigua industria y la ha adecuado para cederla a la Junta para ampliar la zona de estacionamiento de vehículos.
También tiene avanzado el plan urbanístico especial de los Dólmenes, que en palabras de José Ramón Carmona, primer teniente de alcalde, permitirá generar una «nueva relación de Antequera con la Vega y el Sitio».
Una actuación alejada de la «lentitud», afirma, de la administración autonómica, que sigue manteniendo el lugar «sin la sensibilidad necesaria», como lo demuestra a su juicio la falta de cuidado de los jardines o los «horrendos» elementos que, como farolas, se han colocado. «Al menos se ha contratado seguridad», aplaude.
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