Quienes han visitado el lugar consideran que este dolmen será un icono de los monumentos funerarios del país.
24/08/2014. Noticias de Álava.
El dolmen de La Huesera, en Laguardia, tiene ya el corredor consolidado. Alrededor del monumento funerario van emergiendo las piedras que, con una forma cónica, elevaban el dolmen para que destacara en el horizonte como un territorio ya habitado. El equipo coordinado por los profesores de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) José Antonio Mujika y Javier Fernández Eraso, completado por cinco arqueólogos -José Ángel Apellániz, Miguel Berjón, Maitane Oyarzábal, José Manuel Tarriño e Ismael Moll-, lleva, al menos, desde el año 2010 trabajando en la recuperación de este dolmen y de otros monumentos funerarios en la comarca de Rioja Alavesa. Estos trabajos comenzaron con la excavación del dolmen de El Montecillo, que acababa de ser redescubierto; la cámara del de El Alto de la Huesera; así como las primeras actuaciones en el de la Chabola de la Hechicera, ya terminadas.
Todo ello dentro de un amplio proyecto que se impulsó desde el Servicio de Patrimonio Arqueológico de la Diputación Foral de Álava, que reunió a un nutrido equipo de especialistas en arqueología, geología, restauración, paisaje, didáctica y señalización con la idea de devolver a las arquitecturas funerarias el aspecto que tuvieron en su origen y trazar un itinerario que los haga visitables y comprensibles al público en general.
La primera arquitectura dolménica localizada en Rioja Alavesa fue la de la Chabola de la Hechicera en 1935. Al año siguiente, José Miguel Barandiarán realizó un sondeo comprobando que se trataba de un monumento megalítico. Tras el paréntesis cultural que supuso la contienda civil, los trabajos arqueológicos se reanudaron en 1943 con el descubrimiento del dolmen del Encinal por parte de Domingo Fernández Medrano. En 1947, él mismo junto a Álvaro de Gortázar y Carlos Sáez de Tejada reemprendieron las excavaciones en el dolmen de la Chabola de la Hechicera. Al año siguiente también Fernández Medrano descubrió y excavó el dolmen del Alto de la Huesera. En los años cincuenta del pasado siglo se descubrieron el resto de los dólmenes que componen la estación riojanoalavesa (Layaza en 1952, La Cascaja en Peciña el año 1953, El Sotillo en 1955 y San Martín en 1956). José Ignacio Vegas descubrió y excavó, en 1985, el dolmen de Los Llanos y, por último, Roberto Ibáñez descubrió el de El Montecillo, que fue excavado por J. Fernández Eraso y J. Mujika en 2010.
El ejemplo de lo logrado en La Chabola de la Hechicera fue un auténtico aliciente para redoblar los esfuerzos en la recuperación de estos monumento. En el del Elvillar se localizó la estructura original del túmulo y se comprobó que no se trataba de dos troncos de conos superpuestos, como se creía desde su descubrimiento en 1935, sino de una única estructura tumular que alcanza los 30 metros de diámetro y se alza más de dos metros sobre el terreno. Una vez recuperado se puede ver que de ser un altozano con hierbas y matorrales ha pasado a ser una montaña formada por piedras de la zona en cuyo centro se localizará la arquitectura funeraria.
Y si la transformación fue espectacular, lo será mucho más el del dolmen del Alto de la Huesera. En la primera campaña se pudo restituir a su emplazamiento original la losa de cubierta que yacía caída en el interior de la cámara dolménica y calcular cuál fue la dimensión del túmulo original, unos 20 metros de diámetro. En las excavaciones se localizó el corredor cuya longitud ronda los 6 metros. Además allí se encontró la primera estela funeraria antropomorfa de toda la estación dolménica riojana. Se trata de una piedra con silueta humana que presenta una serie de grabados repiqueteados formando cinco líneas horizontales. Se localizó hacia el final de corredor, fuera de éste.
El dolmen del Alto de la Huesera se sitúa en una zona elevada de manera que constituye un hito en el paisaje. El emplazamiento fue elegido por quienes lo levantaron hace más de 4.500 años. La última capa de piedras que recubría el túmulo estaba compuesta por calizas blancas aportadas allí desde la Sierra de Cantabria. Es esta una acción destinada a que el conjunto sea bien visible desde lejos.
UNA HISTORIA DE ESFUERZOS Durante estos años se ha trabajado intensamente en la recuperación de este dolmen, y no siempre con demasiado entusiasmo foral. En el año 2010, siendo responsable de la cartera foral de Cultura Lorena López de Lacalle se estableció como primer objetivo el buscar el corredor y tratar de encontrar restos en el interior de la cámara. Tras superar en el interior los primeros 40 centímetros, que eran de tierra suelta y con algunos huesos que no encajaban entre ellos, solo se encontró un arete, alguna cuenta de collar y algún trozo de cerámica. A continuación y bajo una capa de piedras comenzaron a aparecer restos humanos, un total de nueve personas en conexión anatómica, es decir, completos, que se retiraron, y 15 días después volvieron a aparecer más, debajo de los anteriores. Además también se localizó la zona del corredor.
Al año siguiente, 2011, se pudo restituir a su emplazamiento original la losa de cubierta que yacía caída en el interior de la cámara dolménica y se calculó inicialmente cuál fue la dimensión del túmulo original, unos 20 metros de diámetro y un corredor de 6 metros de longitud. Además se localizó la primera estela funeraria antropomorfa de toda la estación dolménica riojana. Estaba hacia el final de corredor, fuera de éste.
En 2012 no hubo dinero de la Diputación para excavaciones, pero aún así los profesores acudieron por su cuenta a La Huesera no para completar la excavación de la galería de acceso y otros trabajos, sino para comprobar sus tamaños y las mediciones, que les sorprendieron. La Huesera tenía un diámetro de 32 metros y una altura de cuatro, con la singularidad de que las últimas piedras que se colocaron eran de caliza, blancas, para que fueran vistas en la prehistoria desde lejos, como una forma de identificar la propiedad de la zona por sus habitantes. El corredor, además, se alargaba, hasta alcanzar los ocho metros
A falta de trabajo de campo, se programó trabajo de laboratorio y según confirmaba el año 2013 el profesor Fernández Eraso, se había sometido a la prueba del carbono 14 a diferentes muestras recogidas en los dólmenes de Rioja Alavesa y se pudo confirmar que tanto La Huesera, como La Hechicera, San Martín y otros están datados en el neolítico medio y final, lo que demuestra, aunque sean monumentos funerarios, la intensa vida que se desarrollo en la zona desde tiempos muy antiguos, aproximadamente unos 4.500-5.000 años de antigüedad.
El gusanillo por saber más hizo que prácticamente en invierno, en el mes de noviembre, el equipo regresara de nuevo al interior del dolmen de La Huesera para tratar de rescatar más restos de los antiguos pobladores de la zona, localizados en el corredor de entrada del monumento funerario, “para que la lluvia no destroce lo que hemos encontrado”.
José Ángel Apellániz, arqueólogo, comentaba entonces que estaban “recuperando los restos antropológicos del inicio del corredor del dolmen, que se habían quedado sin rescatar en la campaña de verano, en los meses de junio y julio. Como se acerca el invierno y el material óseo es sensible si está expuesto a la intemperie, preferimos rescatarlo y llevarlo al museo y al laboratorio para unirlo con el resto de esqueletos que recuperamos en su momento y seguir haciendo, durante el invierno, los estudios de todos esos restos”. De esta manera, tras los estudios realizados en esta última etapa se ha confirmado la aparición de 103 cuerpos, según confirmó el profesor Fernández Eraso.
En esta campaña se ha continuado trabajando en los alrededores del dolmen, sacando a la luz la estructura de piedras que conformaba el túmulo, muy impresionante, y tamizando toda la tierra de alrededor a la búsqueda de cualquier vestigio que dé luz a la historia de este dolmen.
También se ha limpiado una zona cercana, donde se localizan dos lagares rupestres, uno grande y otro pequeño, que demuestran la intensa vida que hubo en la zona y que en el siglo XXI empieza a aflorar gracias al esfuerzo de estos grupos de estudiosos.
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