Rogelio Reyes Cano, en el centro, junto a Concha Cobreros y Manuel Ángel Vázquez Medel - JUAN JOSÉ ÚBEDA. |
21/06/2018. ABC.
Templos arrasados por el tiempo, arcos rotos, murallas heridas, yedras y zarzas cubriendo los viejos mármoles. El profesor Rogelio Reyes Cano repasó en una lección magistral la poética de las ruinas centrada en Itálica como símbolo literario de la Antigüedad. Una lección que tuvo mucho de hermosa elegía y por la que pasaron los melancólicos versos de Fernando de Herrera, Rodrigo Caro o Luis Cernuda.
Rogelio Reyes Cano, reciente Premio de Artículos Periodísticos Joaquín Romero Murube de ABC, clausuró así el seminario dedicado a la literatura que ha impulsado el proyecto para la candidatura de Itálica a la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
En su conferencia «Itálica en el contexto del rescate literario de la antigüedad: una poética de la ruina» explicó cómo el humanismo redescubre el valor de las ruinas antiguas frente a lo que habían significado en la literatura medieval. «En la Edad Media carecían del prestigio que más tarde llegarían a adquirir. Representaban la imagen de la civitas hominum frente a la arquetípica civitas Dei de San Agustín».
En el Renacimiento se sustituye esa visión negativa y se contemplan como imágenes de un gran imperio del pasado que debía ser restaurado. «Petrarca defiende aquella noble edad pasada cuya imitación debía marcar el rumbo del hombre moderno», señaló el catedrático emérito de Literatura.
En España, Nebrija inspirará a los humanistas andaluces del siglo XVI como Juan de Mal Lara, Pedro Mexía, Fernando de Herrera, Francisco de Medina, Francisco Pacheco o Rodrigo Caro y su célebre «Canción a las ruinas de Itálica».
El siglo XVIII destaca por las erudiciones científicas ante las ruinas más que en la visión estética y el Romanticisimo prefirió las ruinas medievales. Así llegó Rogelio Reyes a la modernidad con vanguardias que incluso dan el nombre de «Grecia» a su revista ultraísta. Y Luis Cernuda que escribió en Oxford el poema «Las ruinas» con tono sobrio y meditativo. «Es un hermoso testimonio de hasta qué punto las ruinas de la Antigüedad clásica como gran metáfora de la vida siguen invitando todavía a los hombres de hoy, tal como querían los grandes humanistas del pasado, a reflexionar sobre su propia razón de ser», concluyó.
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