Ni hicieron pedagogía con el descubrimiento ni quisieron recompensar a sus descubridores.
13/06/2018. ABC. Felix Machuca.
Los romanos no encontraban muchas diferencias entre un tirano y un recaudador de impuestos. Y les temían tanto o más que a la peste. Un tal Lucinio, procurador de la Galia, añadió dos meses extras al calendario habitual para incrementar en un 16 por ciento su recaudación. Hubiese sido el funcionario ideal de Montoro. O, está por ver, de la ya ministra de Hacienda, la señora Montero, hasta hace unos días responsable de la Sanidad andaluza, donde ha logrado fama con sus tijeras de recortables.
A finales del siglo III, los impuestos en Roma se convierten en una contribución de todos al Estado para sostenerlo y garantizar sus servicios. Ni los propios itálicos, exentos hasta entonces, se libran de la voracidad fiscal del emperador que, con el tiempo, tan necesitado de recursos sólidos las arcas imperiales, obligará a cambiar el oro de los particulares por monedas de bronce con un suspiro de plata. No resulta exagerado colegir que, como me apunta Genaro Chic, catedrático de Historia, el tesoro encontrado en Tomares pudiera ser el producto de uno de estos intercambios obligados. El motivo de que se escondiera bajo un almacén de la época cabría interpretarse por la pertenencia de su propietario a algún bando rival al emperador, al que se habría afiliado por puro hartazgo de una política fiscal tan voraz. El hecho de que permaneciera oculto para ser encontrado casi dos mil años después nos indicaría que su propietario jamás pudo ponerlo en circulación. Bien por accidente, enfermedad inmediata o represión imperial. Como ven, en Roma, tanto las clases medias como las más potentes, tenían suficientes motivos para ver en los recaudadores de impuestos unos enemigos tiránicos.
El TSJA, el tribunal de mayor jerarquía en Andalucía, ha sentenciado el derecho de los tres trabajadores que lo encontraron casualmente (la zona no estaba catalogada como área arqueológica) a ser recompensados con la mitad de su valor. No a quedarse con la mitad del tesoro físico como se ha llegado a interpretar erróneamente. Una vez tasado el valor de esas cincuenta mil monedas de bronce y plata, la mitad le pertenecerían a los trabajadores que, dando ejemplo de servicio a la comunidad, no se quedaron con él, sino que acudieron a las ventanillas convenientes de Cultura para que las autoridades políticas pasaran a gestionar el hallazgo y sus circunstancias. En ese justo momento, la Junta de Andalucía, perdió una de esas ocasiones únicas que la realidad les pone en las manos a los políticos para hacer pedagogía. Para mostrarle a la ciudadanía lo mucho que se puede avanzar en materia de instrucción pública si se tiene más olfato que miedo. Habían aparecido seiscientos kilos de monedas bajo imperiales, el mayor tesoro de este tipo encontrado en España, encerradas en dieciséis ánforas de la época y aquel descubrimiento, más allá de su alcance científico, pedía a gritos una foto de Susana con los operarios. Unos operarios ejemplares que no se habían quedado ni con un bronce desgastado por el tiempo como recuerdo. Era la ocasión ideal para dejar claro que la depredación patrimonial se persigue y su protección se bendice.
Pero la Junta no la olió. Y en cambio sí husmeó el adobo de un tesoro encontrado casualmente y que podría tener réditos económicos para los que lo descubrieron. Tres trabajadores con angustias a final de mes. Moviéndose entre sol y sombras, sin la claridad necesaria pero tampoco bajo la más absoluta oscuridad, fue dejando pasar el tiempo hasta que llegó el TSJA sentenciando lo que ya ustedes saben. La mitad del valor de esos seiscientos kilos de moneda pertenece a sus descubridores. Cuentan que cuando Marco Aurelio regresó a Roma tras una de sus duras campañas contra los marcomanos, allá en la frontera germana del norte, el pueblo de Roma gritaba ocho, ocho, ocho. Los ochos áureos que, por generosidad imperial, les concedía a los ciudadanos. En Tomares se perdió la ocasión para formar la conciencia de los ciudadanos con su patrimonio, tan abrasado por los piteros y los cazatesoros. Por mucho menos de lo que se gastó en decorar San Telmo como un palacio imperial persa, habría sobrado para recompensar la honestidad y conciencia patrimonial de estos tres trabajadores. Y no tenerlos en los tribunales peleando los ocho áureos que les corresponden por ley y le regatean sus jefes socialistas…
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