Una exposición en la Universidad de Sevilla celebra la primera traducción de los libros sagrados al castellano realizada por el monje jerónimo Casiodoro de Reina hace 450 años .
22/10/2018. Diario de Sevilla.
Aquel 28 de septiembre de 1569, en mitad de un ciclón de plomo, tinta y papel, el impresor Thomas Guarin dio por terminado en su taller de la ciudad suiza de Basilea la edición de los primeros dos mil seiscientos ejemplares de la Biblia del Oso, conocida con tal apelativo por la estampa que ilustra su portada. En ella, el animal lame un panal de miel alojado en la grieta de un árbol mientras las abejas revolotean por todos lados. El grabado tiene a los pies un libro con el Tetragrámaton, las cuatro letras del nombre de Yahvé, y un versículo del profeta Isaías a modo de lema, redactado en hebreo y en castellano: "La Palabra del Dios nuestro permanece para siempre".
Acababa de ver la luz la primera traducción del libro sagrado desde el arameo, el hebreo y el griego, tarea a la que entregó doce años de su vida el monje jerónimo Casiodoro de Reina (1520-1594). El religioso sevillano estaba convencido de que poner la palabra de Dios en manos de todos era una oportunidad para liberar las almas de la tiranía de una Iglesia corrupta. Su propósito, lógicamente, lo convirtió en un proscrito: condenado a muerte por hereje en el tribunal de la Inquisición –lo quemaron en efigie en el auto de fe de Sevilla en 1562- y perseguido por los espías de Felipe II a lo largo de toda Europa, donde también las autoridades luteranas y calvinistas lo arrinconaron.
En ese trabajo, Reina dejó también una de las cimas literarias de la lengua española. Así lo creyó incluso Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, donde tuvo que admitir, tras arremeter contra el autor, que la traducción estaba "hecha con esmero". Juan Benet y Rafael Sánchez Ferlosio son, ya en el siglo XX, dos de sus más apasionados defensores. Félix de Azúa juzgó su redacción como "un fabuloso ejemplo de la lengua común castellana de su siglo, empleada con suma elegancia literaria". "Casiodoro de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes", explicó Antonio Muñoz Molina.
A la luz de sus valores históricos y literarios, la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla recuerda ahora la primera impresión de la Biblia del Oso, cuando su salida está a punto cumplir 450 años. Y lo hace con una exposición en el Patio de la Cristalera de la institución académica que se asoma a la gestación de esa versión única de los textos sagrados que todavía hoy leen millones de protestantes hispanohablantes por todo el mundo. Así, la muestra propone un acercamiento al origen y a la formulación del libro religioso a través de géneros, autores y etapas, pero también trata de poner en valor su evidente peso cultural, donde el trabajo de Casiodoro de Reina destaca con singular brillo.
Porque todo en su trabajo parece novedoso. Desde la elección de los libros y su orden siguiendo el canon alejandrino que regía en las biblias del mundo católico, opción que le conectaría con su militancia por la tolerancia confesional, hasta la dedicatoria, donde fija un emblema político, “profético” en palabras del autor, al fijar el oficio del gobernante de acuerdo con las ideas humanistas y cristianas. También incluyó anotaciones marginales de dos tipos: filológicas, para aclarar palabras y formas, y para añadir explicaciones de carácter histórico o contextual en otras ocasiones. Finalmente, antepuso a cada capítulo un breve sumario con los hechos y las ideas que se iban a leer.
Al margen de estas cualidades, la Biblia del Oso atesora un relato fascinante. Su origen alcanza, quizás, al mismo momento en que Martín Lutero clava en 1517 sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, dando lugar a la Reforma protestante. Aquel movimiento prendió poco después en el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla). Los monjes jerónimos practicaban allí en secreto las ideas reformadas junto a una comunidad clandestina que leía los libros prohibidos por la Iglesia Católica, desde Lutero a Calvino. Los ejemplares clandestinos llegaban gracias a un arriero, Julianillo Hernández, que los traía ocultos en odres de vino.
Sin embargo, la Inquisición descubrió el brote herético y aniquiló a sus integrantes. Pese a la persecución, algunos lograron escapar y se establecieron en la Europa de la Reforma. Pero tampoco ahí Casiodoro de Reina halló descanso. Porque, en un tiempo de dogmas absolutos, él se alineó con los que creían que ideas y doctrinas no se podían imponer por la fuerza. Tal apuesta le costó, al final, que los católicos le creyesen un hereje; los calvinistas, un tibio próximo al luteranismo, y los luteranos, un simpatizante del calvinismo. Doris Moreno, autora de la biografía Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI, lo llama acertadamente "hombre de fronteras".
No había transcurrido un año desde la impresión de la Biblia del Oso cuando Felipe II dio la orden de castigar al traductor. El Consejo de la Inquisición conocía ya en 1571 que "la Biblia en romance" había salido de Basilea y ordenaba la recogida de todas las que se descubrieran. También se dio aviso de los engaños para favorecer su circulación, como la sustitución de la portada por el frontispicio del muy popular Diccionario latino de Ambrogio Calepino. Muchas copias quedaron durante décadas depositadas en manos de la familia de Reina en Frankfurt, quienes los refrescaban actualizando de forma fraudulenta las portadas. En realidad, pocos ejemplares, muy pocos, llegaron a España.
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