Gracias al carbono 14 y la datación por luminiscencia, una investigación data el origen del monumento entre el 3.800 y 3.600 a. C., mil años antes que Stonehenge.
30/07/2022. El País. Nacho Sánchez
La fecha de construcción del Dolmen de Menga, en Antequera (Málaga) ha bailado con frecuencia. Hasta principios del siglo XXI se pensaba que el recinto, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 2016, fue levantado en la Edad del Cobre, hace unos 5.000 años. Las tesis recientes fueron adelantando su origen, pero sin demasiadas certezas. Un grupo de investigadores ha dedicado siete años de trabajo a conseguir establecer el momento más aproximado posible de la edificación gracias a tres métodos de datación científica que han aclarado que el monumento megalítico se levantó entre el 3.800 y 3.600 antes de Cristo, en el Neolítico. “Había bastante confusión al respecto y ahora hemos dado un paso de gigante porque los datos son robustos y concluyentes”, relata satisfecho Leonardo García Sanjuán, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, quien ha liderado la primera investigación dirigida específicamente a conocer esa fecha. Sus resultados se publicarán a finales de agosto en la revista especializada Quaternary Research, editada por la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido.
La leyenda que resolvió el misterio del dolmen de Menga
No ha sido fácil conseguir datos fiables que sustenten la conclusión de este amplio trabajo. Bien lo saben García Sanjuán, el geólogo griego Constantin Athanassas y la doctora en Físicas Alicia Medialdea, responsable del laboratorio de Datación por Luminiscencia del Centro Nacional de Estudios de la Evolución Humana (CNIEH) de Burgos. A oscuras y tras excavar más de un metro, se dedicaron a extraer materiales escondidos bajo el principal pilar sobre el que se sustenta la cubierta del dolmen, que pesa 170 toneladas. Buscaban minúsculos cristales de cuarzo entre el relleno original de la cavidad, porque desde que se colocó sobre ellos la gran roca, dejaron de recibir luz. Y es justo lo que permite, ya en el laboratorio, medir cuánto tiempo ha pasado desde entonces gracias a la técnica de luminiscencia por estimulación óptica. “Tomamos 10 muestras y tres han dado resultados positivos muy concluyentes”, sostiene Medialdea.
Esta datación ha permitido establecer una fecha de construcción del megalito entre los siglos 39 y 37 a. C., el tiempo que llevaban esos cuarzos sin ver la luz. Sin embargo, no era suficiente. Los investigadores necesitaban más datos para corroborarlo y realizaron una segunda aproximación. Lo hicieron estudiando huesos de animales y restos de material carbonizado recogidos del túmulo del dolmen —el sustrato que le rodea y cubre— por el profesor Francisco Carrión, de la Universidad de Granada, en 2005. Los análisis de radiocarbono —carbono 14— y la elaboración de un sistema estadístico arrojaron una fecha. Ofrecía el mismo baremo: entre 3.800 y 3.600 años antes de Cristo. Todo coincidía. Supone más de mil años antes que el monumento megalítico de Stonehenge, en el Reino Unido.
El trabajo científico —financiado por el Gobierno de España y en el que han participado las universidades de Sevilla, Atenas, Lisboa y Southampton, además del CNIEH—, que ha permitido elaborar el artículo A Multi-Method Approach to the Genesis of Menga, a World Heritage Megalith que se publicará el próximo mes, sirve para ajustar la construcción del Dolmen de Menga al Neolítico. Para los investigadores, concretar esa fecha es importante porque les permite plantear nuevas preguntas para conocer mejor el monumento, descubierto para la ciencia por Rafael Mitjana en 1847.
Dos teorías y una duda
Una de las cuestiones es tan sencilla como fascinante. Más aun teniendo en cuenta que todo sucedió hace casi 6.000 años. ¿De dónde sacaron los conocimientos de ingeniería quienes lo levantaron? Lo único que se sabe es que fueron seres humanos que sabían de matemáticas, física o astronomía. Lo demostró el propio García Sanjuán junto al geólogo marino José Antonio Lozano, analizando en otra investigación el origen de las rocas utilizadas y el trayecto para su traslado hasta el punto exacto en el que fue erigido el dolmen, que mira hacia la Peña de los Enamorados —mole caliza con perfil de rostro humano— en vez de al sol, como la mayoría de construcciones neolíticas.
Hay dos hipótesis. La primera es que los pobladores de la zona —en el centro de la actual Andalucía— que llegaron hace unos 7.500 años adquirieran experiencia previa levantando menhires. De hecho, la investigadora Primitiva Bueno apuntó hace años que algunas de las rocas utilizadas para el dolmen de Menga podrían haber tenido previamente dicho uso. Esta vía local tiene lagunas: la presencia de estas construcciones es excepcional en el entorno, al menos, que se conozca. No hay ejemplos de evolución de monumentos más sencillos a más complejos. Habría hecho falta entonces una especie de Leonardo Da Vinci de la época, “pero aun así necesitaría del conocimiento empírico y técnico de otras mentes”, algo plausible gracias a la intensa dinámica humana en el entorno desde alrededor del 4.200 a. C.
La segunda posibilidad, más internacional, se basa en ese intercambio de sabiduría. Apunta a que la edificación contó con el conocimiento externo, es decir, de personas que llegaron hasta la actual Antequera y ayudaron. El argumento se basa en la existencia de variscita —roca verde utilizada en el neolítico de forma ornamental— procedente de Huelva en regiones como Bretaña y Normandía, al norte de Francia. Es justo donde se encuentran los dólmenes más parecidos y de la misma fecha que este andaluz (otros similares, como el de Anta Grande do Zambujeiro en Évora, Portugal, todavía no ha sido investigado a fondo). “Si la materia prima viajó de un sitio a otro, también lo hicieron las personas. Y, con ellas, sus ideas y conocimiento”, subraya García Sanjuán, que pone el ejemplo de cómo los arquitectos de las catedrales góticas en el medievo fueron contratados en otras ciudades y países, dispersando el estilo por todo el continente. “No hay muchas más alternativas para explicar cómo se construyó algo tan genial y perfecto como Menga sin un ensayo previo”, agrega el investigador.
¿Qué llevó a los pobladores de la zona a construir una edificación tan compleja como el dolmen de Menga? Se sabe el cómo y el cuándo, pero no el porqué. La respuesta es compleja y en su búsqueda los investigadores han utilizado una tercera vía de datación, en este caso de la de uranio-torio. El objetivo ha sido conocer si la construcción es una respuesta al terremoto como el que, se cree, derribó la cubierta de la Cueva del Toro a pocos kilómetros de distancia y supuso el abandono del refugio. Sin embargo, el resultado en este caso no ha sido positivo y, aunque la teoría no ha sido desechada, ha dejado en el aire la solución. Menga forma parte de un conjunto megalítico de uso funerario que conforman también los dólmenes de Viera y El Romeral, así como una cuarta construcción descubierta hace dos años en las estribaciones de la Peña de los Enamorados.
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