15/04/2023. Notas de Prensa.
Una de las muchas curiosidades del dolmen de Menga en Antequera (Málaga), declarado Patrimonio de la Humanidad y construido hace unos 5.600 años, es su orientación. Cuando la mayoría de las estructuras neolíticas miran hacia el amanecer, lo hace a 45 grados, en línea recta hacia la Peña de los Enamorados, un montículo de piedra caliza cuyo perfil se asemeja al de un rostro humano recostado. Allí, bajo su mentón – donde hay un alto muro conocido popularmente como Tajo Colorao – se encontró en 2020 un dolmen funerario que, según investigaciones recientes, también tiene la misma orientación. Ambos miran hacia la montaña, que los científicos creen que desempeñó un papel extremadamente importante para la gente de la zona en el período Neolítico. Tanto es así que los edificios se alineaban con él, dándole más protagonismo que el sol.
El trabajo arqueológico sirvió para describir características previamente desconocidas de la tumba, como la complejidad de su construcción, que utilizó piedras talladas. Pero sobre todo, destaca el papel de la Peña de los Enamorados como lugar de encuentro y punto de referencia de la sociedad neolítica local. Las pinturas rupestres del Tajo Colorao, que datan de unos 6.000 años, eran un indicio de que se sustentaba la extraña orientación del dolmen de Menga. Y la disposición de esta tumba, ubicada en el sitio de Piedras Blancas, así lo confirma. Así lo explica el artículo publicado este viernes por la Universidad de Cambridge (Reino Unido) en la revista científica antigüedad. “Esto subraya el carácter de la roca como hito y geoescultor”, afirma el texto, que concluye que “Antequera ejemplifica el poder con el que la naturaleza moldeó la cosmovisión neolítica, inspirando y dirigiendo la creación de monumentos”.
Leonardo García Sanjuán, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, junto con David Wheatley, especialista de la Universidad de Southampton, fue uno de los directores de la excavación, que se llevó a cabo entre septiembre y noviembre de 2020. Desde Kiel (Alemania), donde ocupó durante un semestre la cátedra de honor Johanna Mestorf en la universidad, García Sanjuán recuerda que la Peña de los Enamorados es ahora un cruce de caminos -a sus pies se encuentra la autovía A-45, que une Málaga con Córdoba y la A-92 de Sevilla a Granada- y que estas carreteras siguen los mismos recorridos históricos sobre los que se encontraba “para referencia” este promontorio con forma de cara. «Los colonos del Neolítico lo adoraban como una montaña sagrada», cree. Por eso construyeron a sus pies este megalito, el cuarto de la zona, junto con los tres declarados Patrimonio de la Humanidad desde 2016: Viera, El Romeral y Menga.
La construcción mantiene un diálogo entre la naturaleza y el hombre tal y como se encuentra en otras comunidades prehistóricas europeas. Aquí excavaron la tierra, dejando las rocas subterráneas a los lados, y luego instalaron varias losas que servían de entrada y fondo de la tumba. Algunas de estas losas también tienen decoraciones naturales, como olas, petrificadas por la acción del mar que formó la roca -similar a El Romeral-, mientras que otras estaban explícitamente decoradas con grabados, que ahora se están estudiando.
Más del 95% de los cerca de 2.000 monumentos megalíticos de la Península Ibérica están orientados al sol, pero esta tumba, al igual que Menga, no lo hace. Y al igual que el dolmen, está orientado a 45 grados. Sin embargo, sus constructores también querían domar la luz y enfatizar su importancia para el sol. Gracias a una proeza de la ingeniería, colocaron una serie de piedras que actúan como embudo por donde penetra la luz entre el 21 y el 22 de junio de cada año para iluminar la placa que sella la cámara por el fondo. Allí encontraron un pequeño ídolo -quizás divino- y colocaron debajo de él dos piedras triangulares, a las que dieron forma de flecha. Señalan exactamente el lugar por donde pasa el sol, es decir, el solsticio de verano. Incluso dos cuerpos enterrados allí siglos después mantienen la trayectoria. “Todo indica que la dirección fue buscada. Quizás nunca sepamos por qué, pero tiene sentido que tiene que ver con la conexión con la divinidad y el culto a los antepasados”, dice César González-García, arqueoastrónomo del Instituto de Estudios del Patrimonio Cultural (Incipit) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas ( CSI). ). Fue él quien, a través de un modelo 3D y un programa informático, reconstruyó la situación del sol en el solsticio del año 3.100 a.C. Simulado para confirmar su entrada en el fondo de la tumba.
El análisis de radiocarbono data la construcción de la tumba en esta época prehistórica, aunque el borde data de varios siglos antes. De hecho, la hipótesis principal del artículo apunta más bien a esta fecha, muy similar a la de la construcción del dolmen de Menga, entre el 3.800 y el 3.600 a. – aunque esta teoría aún no ha sido confirmada por nuevas técnicas. Lo que ha confirmado la investigación es que su uso se divide en tres fases, en las que se han encontrado diversos restos humanos y pétreos, así como una decena de vasijas de cerámica, cuyo contenido se está analizando.
En un principio sirvió como osario y los huesos de los distintos cadáveres se han ido mezclando con el tiempo (se han encontrado restos de nueve personas, pero se cree que muchas más han sido enterradas, sólo se han retirado periódicamente los restos, como actualmente el caso). Cementerios). Unos 600 años después, el nivel más bajo se rellenó con tierra y se colocaron nichos de piedra sobre él, en los que descansan los cuerpos de un hombre y una mujer, que debieron ser relevantes socialmente, «aunque no enterrados con dotes prestigiosas como metales, marfil o pedernal.» dice García Sanjuán. Algún tiempo después no se sabe cuánto tiempo estuvo sellada la tumba, aunque en la Edad del Bronce, unos 1.700 años antes de Cristo, dos años, milenios después de la creación de la tumba.
Entre la ciencia y la leyenda
La segunda etapa de explotación del hipogeo megalítico del yacimiento de Piedras Blancas despierta la mayor curiosidad de los investigadores. Esto se debe a que está ligado a la leyenda de la Peña de los Enamorados. Según su primera versión escrita en el siglo XV, dos amantes -él cristiano y ella musulmana- saltaron del Tajo Colorao y fueron enterrados al pie de esta formación rocosa. Es exactamente lo que encontraron los arqueólogos: un hombre y una mujer juntos en una tumba. “Hay una parte de esta historia legendaria que podría tener aquí su base histórica”, dice el investigador Leonardo García Sanjuán, quien explica que el diálogo entre ciencia y leyenda existe pero no puede tomarse al pie de la letra, como ocurre con otros mitos del mundo. El caso es de edificios de aquella época como Newgrange (Irlanda) o Stonehenge (Gran Bretaña). Eso sí, apunta que ya en el siglo XII, un geógrafo andaluz menciona los topónimos de la Peña de los Enamorados y que, por tanto, existe la posibilidad de que la tradición oral original se remonte a épocas lejanas. “¿Hasta qué punto se ha registrado a lo largo de la historia que hubo entierros aquí? ¿Es casualidad que allí estén enterrados un hombre y una mujer? No lo sabemos, ahora todo es un nuevo misterio”, explica el arqueólogo, dejando preguntas abiertas para que nuevas investigaciones algún día puedan responderlas.
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