Unas imágenes de escáner LiDAR revelan la existencia de una estructura urbana "fuera de lo común" en fincas de Escacena y Aznalcóllar, en plena zona minera.
21/04/2024. Huelva Información. Paco Muñoz.
La tierra, por dentro, no brilla. Debajo es oscura, por muchos tesoros que contenga, y aún así, la luz de los metales que alberga ha atraído a lo largo de todos los tiempos a los hombres de todas partes del mundo. También lo hizo, claro, en la tierra que hoy confluye entre las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, que durante milenios fue excavada con extraordinaria pericia por sus pobladores, sacando de sus entrañas el rico mineral que aún hoy esconden, fundiéndolos y convirtiéndolos en rutilantes piezas de cobre, oro y plata ante el asombro de los mercaderes y navegantes que llegaban a buscarlas desde lejanas tierras. Las civilizaciones más poderosas ansiaron y explotaron sus riquezas: fenicios, griegos, cartaginenses o romanos quedaron deslumbrados por su brillo y tomaron sus territorios, y sus hombres más sabios e ilustres escribieron, admirados, sobre ellos y les pusieron nombre: tartesios, les dijeron, y después turdetanos, “los más cultos de los íberos”, como los definió Estrabón. Hablaron de ellos en sus libros, en los que los idealizaron hasta construir la imagen de una civilización mítica cuya fama todavía perdura pero de la que apenas queda rastro.
Poco a poco, la arqueología ha podido ir desgranando algunos de los secretos que envolvían la leyenda. Hallazgos como el del tesoro del Carambolo, que abrió la puerta a la existencia real de la civilización de Tarteso, o los del cabezo de La Joya y la ciudad de Tejada la Vieja han ido dando pistas acerca de lo que fueron y también de lo que no fueron, pero aún quedan muchas preguntas sin respuesta, como por ejemplo cómo se organizaban territorialmente o bajo qué formas de gobierno. ¿Fue Tarteso un reino, como narraron los clásicos, o se trató solo de una especie de sociedad mancomunada, un simple conjunto de poblaciones independientes? ¿Qué tenían en común, además de una cultura compartida? Las respuestas solo pueden encontrarse, de momento, en Tejada la Vieja, que es la única ciudad tartésica que puede investigarse ‘in situ’. El resto de las que se conocen reposan bajo poblaciones ‘vivas’, como es el caso de Huelva, y de las que no se conocen no se sabe más que sus nombres y algunas pistas perdidas en medio de la historiografía y la literatura. Para llegar a entender la auténtica ideosincrasia de Tarteso sería necesario excavar más ciudades como Tejada. El problema es que encontrarlas sería, más que una probabilidad, un milagro. O tal vez no.
Para hacerse una idea de cuáles eran y dónde estaban las ciudades de Tarteso hay que acudir a los textos clásicos. De ellos, por ejemplo, se puede deducir la ubicación de algunos de sus puertos y poblaciones principales. Los tartesios, escribió Estrabón, fundaron su ciudades en las orillas de los ríos y en sus esteros, donde llegaron incluso a abrir canales para poder conectarse por barco las unas con las otras y, por supuesto, para salir al mar a través del ‘Sinus Tartesii’, la actual Ensenada de Huelva. Muchas de esas ciudades han sido ya identificadas (“Asta, Nabrisa, Ónoba y Osónoba” existen hoy bajo Jerez de la Frontera, Lebrija, Huelva y Faro, por ejemplo), pero el territorio en el que se desarrolló Tarteso fue mucho más grande. Creció en el entorno de la desembocadura del río Guadalquivir, el llamado Lacus Ligustinus (donde vivían del comercio y el aprovechamiento de sus grandes recursos agropecuarios) y se expandió en un entramado de poblaciones asentadas, en camino ascendente hacia las minas, a lo largo de los ríos Tinto y Odiel, por el oeste, y al noreste a través del curso del ‘Maenuba’, nombre romano del actual río Guadiamar, que por entonces era navegable hasta los grandes yacimientos de plata de Aznalcóllar. Plinio, el célebre geógrafo romano, se refirió a algunas de estas ciudades en su ‘Historia Natural’: Olóntigi, Laelia y Lastigi, y aunque hay un relativo consenso sobre la ubicación de las dos primeras en Aznalcázar y Olivares, donde se han encontrado restos de la época, la situación de Lastigi es completamente desconocida. Los arqueólogos llevan desde los años treinta del siglo pasado buscando la ciudad en el entorno de Los Merineros, donde se ha catalogado un yacimiento de origen romano, pero su ubicación exacta sigue siendo una incógnita. O lo era hasta hoy.
Una casualidad
Como casi todo lo relacionado con los descubrimientos arqueológicos, lo que esconde el paraje de la Dehesa del Prado se encontró por casualidad, por un paseo, aunque los sucesos posteriores tampoco le andaron a la zaga si a serendipias se refiere. La historia transcurrió más o menos así: en el año 2009, durante una caminata por el campo, Juan Antonio Figueras, que además de licenciado en Geografía e Historia es presidente de la Asociación Defensa de la Cultura y la Naturaleza (Adecuna), se topó con lo que parecía un conjunto de piedras acordonadas, algunos muros enterrados, restos de cerámicas y lo que parecían unas construcciones rectangulares que rápidamente identificó como protohistóricas y “posiblemente”, explica, de origen tartésico, ya que presentaban “formas muy parecidas a las que pueden verse en Tejada la Vieja”, con algunos tramos en los que incluso se apreciaban lo que podían ser calles “perfectamente alineadas”.
Lo extraordinario del hallazgo, unido a que sus dimensiones parecían “fuera de lo común” (llegaba de un lado al otro del arroyo de Barbacena) motivó a Figueras a estudiar el terreno y, tiempo después, ya en 2021, a elaborar un informe y entregarlo a la Consejería de Cultura. Desde entonces, cuenta el presidente de Adecuna, no supo “nada más” hasta que la suerte volvió a hacer de las suyas a finales de 2022, cuando el ingeniero de montes Manuel Hidalgo se puso en contacto con él para contarle lo que había encontrado durante la realización de unos trabajos de cartografía con datos de escáner láser LiDAR: una inesperada sorpresa en forma de gigantesca estructura bajo el suelo, formada por lo que a todas luces parece no uno, sino varios núcleos urbanos que se extienden a lo largo de casi 100 hectáreas, el más pequeño a un kilómetro exacto de Tejada la Vieja y el más grande, a tres.
El procesamiento de datos del LiDAR genera un modelo digital del terreno que, a partir de sombreados y la aplicación de diferentes filtros, muestra las anomalías del suelo, “diferencias de cota milimétricas”, comenta Hidalgo, “que en la mayoría de los casos pueden pasar desapercibidas al ojo humano”. A diferencia de la fotografía aérea, el LiDAR es capaz de mostrar indicios de lo que está justo debajo del suelo, y por eso su aparición está revolucionando el mundo de la arqueología. Las imágenes generadas por el escáner en el entorno de la finca, situada en los términos municipales de Escacena del Campo (en Huelva) y Aznalcóllar (Sevilla), a uno y otro lado del arroyo Barbacena, son más que asombrosas a simple vista porque muestran un urbanismo “muy parecido al de Tejada la Vieja”, explica Figueras, solo que muchísimo más grande: “Si es tartésico, posiblemente sea más grande que la propia Huelva protohistórica”, asegura Hidalgo. ¿Qué es lo que se esconde bajo el suelo de la Dehesa del Prado? “A la vista de los datos que se están barajando, tenemos ante nosotros una ciudad, aunque solo la arqueología podrá confirmarlo”, asegura el arqueólogo subacuático e investigador de la UHU Claudio Lozano, que también se atreve a ponerle nombre: “la potencia del yacimiento que ha aparecido, su ubicación y su relación con los yacimientos y las vías navegables del entorno parecen indicar que Lastigi ha sido finalmente descubierta”.
Hidalgo y Figueras tampoco tienen dudas al respecto: coincide la ubicación que Plinio hace de la ciudad, coinciden tanto el urbanismo como el tipo de construcciones que se intuyen a partir de las imágenes del LiDAR y, por último, coincide con otra pieza importante del puzzle: las monedas. Ellas son “el primer testimonio material de la existencia de esa ciudad”, explica Lozano, y la mayor parte de las monedas de Lastigi que se conocen han aparecido en el entorno de Aznalcóllar. El especialista en numismática Francisco Jordi destaca además que existe “una iconografía análoga” con las monedas identificadas de Laelia y Olontigi, de modo que, como escribió Plinio, es muy probable que efectivamente estuvieran “próximas entre sí”. Jordi cree que es evidente que “existió una alianza, al menos comercial, entre estos tres enclaves” citados por Plinio y “asociados a la vega fluvial del río Guadiamar”, pero además “habría que sumar un cuarto enclave, unido a través de un afluente de este río, que fue mucho más importante y que encabezó esa conurbación”: lbitugir, la antecesora de la Ituci romana, situada en Tejada la Nueva (llamada Elibyrge por los tartesios) fue, dice el numismático, la ciudad que "inició la monetización" del entorno. Su moneda, la más antigua de la zona, "debió de circular por el resto de ciudades", por lo que todo apunta a que "estamos hablando de una región en sí misma".
De hecho, la cartografía LiDAR no muestra solo un espacio urbanizado, sino dos grandes zonas, de alrededor de 30 hectáreas cada una y alejadas entre sí unos kilómetros, además de algunos pequeños núcleos situados entre las dos. Es posible que en realidad todas esas construcciones formaran parte de un todo, o que se tratara de poblaciones vecinas, o quizás de un área industrial y una urbana de la misma ciudad, o incluso de una necrópolis (quién sabe si la de Tejada la Vieja, que se encuentra relativamente cerca y que aún no se ha localizado). Lo cierto es que la hipótesis de salida, que Lastigi ha sido descubierta y que es posible que permanezca casi en su totalidad bajo el suelo de la finca, abre todo un mundo de posibilidades a la investigación sobre Tarteso, como asegura Claudio Lozano: “La aparición de una ciudad de estas características nos ofrece la capacidad de analizar su registro arqueológico completo, entender su diseño, evolución y función geoestratégica. Este tipo de asentamientos tienen que excavarse para que entendamos la dinámica sincrónica y diacrónica del territorio, es decir, cómo era en su tiempo, cómo se relacionaba con otros asentamientos y cómo ha cambiado con la superposición de otras culturas a lo largo de su historia”.
Sin protección
Si lo que captaron los datos LiDAR es Lastigi (y para confirmarlo solo hace falta excavar), se trataría, afirma Lozano, de “una muy buena noticia para la arqueología y una gran oportunidad para conocer aún más del mundo tartésico”, al que, pese a su evidente relevancia histórica en toda Andalucía occidental, se le ha prestado menos atención científica que a otras civilizaciones posteriores: “hay aspectos culturales turdetanos y tartésicos que quedan aún por identificar en una tarea más sutil, como la identificación de las redes indígenas originales, su urbanismo, la gestión del territorio, las vías de comunicación o su tecnología”. El problema -siempre hay alguno- es que el yacimiento aún no está protegido por la Consejería de Cultura de la Junta. De hecho, ni siquiera, a pesar de los informes y denuncias presentados, ha intervenido en el terreno, como explican desde Adecuna.
Al mismo tiempo, se da la circunstancia de que las fincas están incluidas en la zona de sondeos de la empresa minera Pan Global Resources, por lo que sobre la mesa está, no solo la desprotección, sino también el riesgo de destrucción de nada menos que una “ciudad perdida”, que no está en el Amazonas ni en oriente medio, sino ahí mismo, en un campo de olivos y dehesa entre Huelva y Sevilla. “Toda una ciudad”, insiste Claudio Lozano, que está “deseando hablarnos y que nos conozcamos”. Toca ahora “que la arqueología pueda actuar” y arroje toda su luz sobre lo que sea que esconde la rica tierra del Campo de Tejada.
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