4 nov 2009 ~ ~ Etiquetas:

El barco que fundó Sevilla

Sevilla fue fundada por marineros. Por marineros y comerciantes fenicios. Que levantaron Spal y, al otro lado del río, labraron uno de los templos más rutilantes e influyentes del occidente conocido. Pero ¿quién era aquel pueblo con el que coincidieron en la colonización de estas tierras?
ABC. 03/11/2009. J. Féliz Machuca

Durante un buen periodo de tiempo parece como si la tierra se hubiera tragado todo signo de civilización en el suroeste español. Es un tiempo donde los testimonios humanos desaparecen (o no se han encontrado) en la neblina del tiempo histórico, como si una hambruna, una epidemia o una catástrofe natural se hubiese tragado cualquier signo de habitación humana. Lo que pasó ningún historiador es capaz de ponerlo en pie. Aquel tiempo sin rastro es uno de los agujeros negros de nuestra Historia. Y su silencio es un estremecedor desconcierto que abarca parte de la Edad del Bronce.

Aquel territorio virgen, solitario, rico en tierras para la agricultura y en minas de plata, va a pasar de vivir en el olvido a verse ocupado, simultáneamente, por los hombres del Mediterráneo y los pueblos de la fachada atlántica. Los primeros darán nombre a una civilización entre el mito y la ciencia: Tartesos. Los segundos guardan celosamente muchos de sus secretos y sabemos poco de su peripecia histórica. Según José Luis Escacena, profesor del Prehistoria de la Hispalense, llegaron hasta el suroeste procedente del norte europeo en un prolongado nomadismo. De ascendencia indoeuropea, traían consigo una cultura más simple en comparación con la complejidad social, tecnológica, económica y política de los pueblos fenicios. Los arqueólogos dan testimonio de su existencia gracias a enterramientos en cursos fluviales o tramos muy concretos de nuestros ríos. Donde acostumbraban a entregar los cuerpos de sus guerreros a los espíritus de las aguas. Así se ha podido encontrar en el Guadalquivir, Guadalete, Odiel y Genil espadas, lanzas y otros instrumentos bélicos. Frente a otras interpretaciones históricas, Escacena mantiene que ni los fenicios ni los hombres de la fachada atlántica se fusionaron para dar un nuevo pueblo y una nueva cultura. Es más, Escacena no ve improbable que buena parte de estos hombres atlánticos fueran esclavizados por los colonos fenicios.

Frente a las barcas de pieles de animales con las que los atlánticos vadeaban ríos y marismas, los fenicios llegan a Sevilla en unas embarcaciones que debieron impresionar a los «otros». Eran barcos redondos, impulsados por vela y remos, donde cabían entre veinte y treinta personas, aptos para la navegación de cabotaje y capaz de no perderse en el mar gracias al dominio de los mapas estelares que tenían los hombres de Tiro, Sidón y Chipre. Una barcaza de los hombres atlánticos y un barco fenicio mantenían la misma relación tecnológica que la que puede encontrarse entre un trasatlántico y una piragua amazónica. Esa desigualdad tecnológica es la que le va a dar preponderancia a los fenicios para convertirse en el arranque histórico de la vida de Tartesos. En un barco como el que describimos vinieron desde las lejanas tierras de Canán, marineros y comerciantes del ámbito cultural fenicio que fundaron Spal y, frente a ésta y al otro lado del río, el templo del Carambolo, consagrado a Astarté y Baal. Sin lugar a dudas, uno de los primeros «rocíos» sureños de los que tenemos constancia.

Así pues ni unos ni otros eran indígenas, autóctonos de estas tierras. Fueron pueblos fundadores y colonizadores que, con una evidente desigualdad tecnológica y cultural, cohabitaron durante un largo tiempo, posiblemente con enfrentamientos bélicos y armisticios más o menos duraderos. El tesoro del Carambolo no es otra cosa que la muestra más estimable de un ajuar litúrgico tartésico formado por piezas de diferentes épocas. Y que en algún momento del siglo sexto fue enterrado para salvarlo de una rebelión local contra el poder de la metrópolis. En su memoria dorada se guardan cientos de ceremonias en honor del lucero Astarté (el planeta Venus) y del iracundo Baal que llenaban el templo del cerro del Carambolo de sacerdotes, fieles y prostitutas sagradas del pueblo dominante.

Una ciudad como la nuestra tan vinculada a la aventura marítima no pudo tener otro medio de fundación que la de un barco venido desde el corazón del Mediterráneo para agrandar, cerca de las mitícas tierras de las Hespérides, el mundo conocido hasta entonces. Aquellos hombres borraron de los mapas las nieblas del mito y los dragones del miedo a lo ignoto. Y en el extremo suroeste de la actual España fundaron colonias que se localizan a lo largo de la costa y de los ríos. Curiosamente, en nuestro escudo, no aparece barco alguno. Pese a que en uno de ellos Spal pudo tener su sitio en el mapa...

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