08/10/2013. El Economista.
En medio del paisaje agrícola del suroeste de España, el dolmen de Soto en Trigueros (Huelva), uno de los principales conjuntos megalíticos del país, recupera su esplendor tras nueve años cerrado para rehabilitarlo y devolverle su místico aspecto original.
Con un túmulo de 60 metros de diámetro y 3,5 metros de altitud y una galería interna de 21,5 metros de longitud, el dolmen de Soto constituye "uno de los de mayor dimensión a escala nacional y también europea", dijo a la AFP Juan José Fondevilla, jefe de bienes culturales de la Junta de Andalucía.
Las obras de rehabilitación, iniciadas en 2004 con un presupuesto de más de 1,5 millones de euros, han permitido reforzar la estructura del monumento, reparar los grabados en las rocas e iluminar el interior con una luz parecida a la de las antorchas de la época.
"La imagen que hemos conseguido recuperar es muy similar a la original del dolmen", afirma Fondevilla, señalando que el proceso de restauración también ha permitido conocer nuevos detalles históricos del monumento.
Según explica, el conjunto arquitectónico era originalmente un círculo de piedras del Neolítico similar a Stonehenge que, durante el cuarto milenio antes de Cristo, se reutilizaron para construir la galería interior del dolmen.
El acceso a esta galería esta orientado hacia el este, coincidiendo con el lugar por donde sale el sol en el solsticio de primavera.
Esto, según Fondevilla, indica la necesidad de controlar los ciclos de la naturaleza en las sociedades agrarias de la época, aunque también tendría un significado ritual.
"Se asocia esa salida del sol con un renacer, una purificación ya que en el solsticio de primavera empieza la floración. Tenían un culto solar", explica Fondevilla.
Otra de las particularidades del dolmen es la abundancia de grabados con motivos figurativos esquemáticos, como hachas o cuchillos dibujados en los menhires, algunos de los cuales fueron transportados desde 30 km de distancia.
Ubicado en una pequeña colina cerca de un arroyo, el monumento fue descubierto en 1923 en una finca, cuando su propietario, Armando de Soto, se disponía a hacer unas obras. En 1931 fue declarado monumento nacional y en 1987 pasó a ser de titularidad pública.
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