10/06/2016. JOSÉ BECERRA.
En cualquiera otra zona de la ancha España se sentirían orgullosos de poseer en su término municipal un rico tesoro prehistórico y desde siempre lo habrían puesto en valor. No echan en saco roto lo que Cicerón pensaba al respecto un siglo antes de nuestra Era: “La historia… testigo de los tiempos, luz la verdad, vida de la memoria, testigo de la antigüedad”. Pero ya digo, hay lugares, por ejemplo en la montaraz y legendaria Serranía de Ronda, en la que las administraciones públicas pasan olímpicamente de esta premura y arrastran su existencia en el más completo de los olvidos. Hay una excepción que es obligado relatar: existe un tesoro prehistórico a la que se dedica particular atención, y no es otro que la espelunca de La Pileta, maravilla natural para propios y extraños de la morada de nuestros antepasados desde la noche obscura de los tiempos hasta hoy mismo. Pero este cuido se debe a una familia- los Bullón- que se dedican en cuerpo y alma a su conservación, lo que les honra.
En la Serranía de Ronda existen no menos de 20 dólmenes sumidos en el olvido. Ni instituciones públicas ni privadas se ocupan de su conservación. Ahí permanecen desafiando el paso del tiempo, pero sufriendo la incuria de todos y carcomidos por los agentes naturales que acabarán por hacerlos desaparecer, privándonos de testigos antediluvianos de lo que fueron costumbres y ritos ancestrales de nuestros antepasados. Estas grandes mesas pétreas llevaban emparejadas unos modos de vida y unas creencias que los estudiosos del fenómeno coinciden en que no se purde dilucidar. Pero una cosa es segura: mesas de piedras, menhires y dólmenes son los monumentos megalíticos más antiguos de la humanidad y debería ser un deber insoslayable su conservación.
Colosales mesas, altares o tumbas de indescifrable significación al estar al aire libre y sin la menor vigilancia,como ocurre en la Serranía de Ronda, aunque se alcen propiedades privadas son objetos de expolio de ajuar funerario y reliquias que se puede presuponer habían de existir en sus inmediaciones y que podrían venderse al mejor postor. O sea, una cultura ancestral expuesta al antojo de desaprensivos para lucro personal.
En las proximidades del Genal, hermano de la cuenca del Guadiaro, se erige el dólmen de Encinas Borrachas, un curioso nombre para una formación arbustiva que en épocas pretéritas merced al empuje de los vientos inclinó sus follaje hacia uno de los lados, de ahí lo de “borrachas”, respondiendo al gracejo de los nativos del serrano pueblo Alpandeire, a un tiro de Ronda. Data el dólmen, según los estudiosos del megalitismo en la zona, de la época del calcolítico y las excavaciones en sus cercanías permitió dar a luz un enterramiento de varios individuos cuyos restos óseos daban muestras de irregularidades en la configuración corporal.
La necrópolis de La Planilla, sin salirnos de la comarca rondeña, fue datada a principios de la Edad del Bronce y supone un conjunto de cuatro enterramientos con similitudes de los hallazgos de este tipo en el casco histórico de Ronda, lo que evidenciaría una relación directa con los asentamientos de homínidos, noción ésta con vinculaciones a la evolución del ser humano o primates superiores cercanos al Homo Sapiens.
Sea como fuere, lo cierto es que no es patente una preocupación en la zona por perpetuar sin menoscabo de su integridad estas reliquias que hablan de nuestro pasado y que en otros lugares de la misma provincia son evidentes, tales los Dólmenes de Antequera y su conjunto arqueológico,bien protegido por autoridades y nativos. En Ronda se debiera secundar el ejemplo y no relegar indiscutibles huellas de su pasado.
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