La vida de este sacerdote y poeta estuvo marcada por el amor a los clásicos y por amistades con escritores de la talla de Quevedo.
04/02/2019. ABC. Alberto Flores.
Cuenta con una estatua, una calle dedicada a su recuerdo y un colegio que lleva su nombre, pero en el fondo pocos son los utreranos conscientes de la importancia que tiene para la historia de la literatura, la historia y la arqueología la figura del utrerano Rodrigo Caro, quien nacía en la localidad en 1573 y fallecía en Sevilla en 1647, a la edad de 73 años. Su vida, nos dibuja una estampa lo más parecida posible a una especie de «Indiana Jones» del siglo XVII que persigue tesoros ocultos, pero por encima de todo fue un humanista enamorado de los clásicos y que nos legó el poema más bello que se ha escrito dedicado a las ruinas de Itálica.
Hay que hacer un completo ejercicio de imaginación para trasladarnos a la Sevilla del siglo XVII, un periodo histórico en el que la disciplina de la arqueología tal y como la conocemos en la actualidad, todavía se encontraba en pañales. Las ideas humanistas que recorrían la civilización occidental, habían provocado que muchos estudiosos dirigieran sus miradas hacia el periodo clásico de Grecia y Roma. Rodrigo Caro es deudor de este pensamiento, hasta el punto de que las crónicas nos cuentan como en su casa de Utrera poco a poco fue componiendo un museo en el que guardaba todo tipo de hallazgos arqueológicos y curiosidades que encontraba en sus excursiones por la zona, además de una imponente biblioteca en la que se podían encontrar obras de los autores más dispares.
En 1598 Rodrigo Caro fue ordenado sacerdote, pero a lo largo de toda su carrera no dejó de lado nunca sus intereses históricos y literarios. Siempre trató de compaginar su vocación con sus pasiones, hasta el punto de que en 1630 compuso su obra «Antigüedades». Caro recorría a caballo los lugares más insospechados de la geografía sevillana, debido a su cargo como visitador eclesiástico, momento que aprovechaba para investigar el pasado de estas localidades, recabar datos e incluso hacer sus pinitos como arqueólogo. Muchos de sus hallazgos se reflejaron en este libro, en el que localizó numerosas ciudades romanas.
Si hay una obra por la que ha pasado a la historia el autor utrerano, es sin lugar a dudas la «Canción a las ruinas de Itálica», una composición que le obsesionó durante toda su vida, y de la que llegó a realizar al menos cinco versiones. En pleno siglo XVII, el poeta utrerano tuvo la sensibilidad especial para ver más allá de las simples ruinas y entrar en contacto con la historia a través de los restos de la gran ciudad romana, legando sin lugar a dudas una visión del legado romano que contribuyó a su difusión. Una obra con versos tan evocadores como los siguientes: «Sólo quedan memorias funerales donde erraron ya sombras de alto ejemplo, este llano fue plaza, allí fue templo; de todo apenas quedan las señales».
Otra de sus obras indispensables es «Días geniales o lúdricos», una composición casi única en su género, en la que Rodrigo Caro se podría decir que realiza una especie de tratado antropológico en el que recoge muchos juegos, tradiciones y canciones populares que se podían sentir en las calles de la Sevilla del siglo XVII. Como explica Joaquín Pascual Barea en el «Diccionario biográfico y bibliográfico del humanismo español»: «Trata con erudición y con gracia los juegos y deportes de niños y adultos, de las fiestas, bailes y canciones tradicionales y de otras costumbres, creencias y supersticiones populares de su tiempo señalando su origen y correspondencias en la Antigüedad».
Ambicionó un puesto como cronista de las Indias, señaló el posible origen romano de Utrera en la ciudad de Siarum, sufrió un pequeño destierro a Portugal y trabó amistad en Sevilla con Francisco de Quevedo. Pero ante todo, quizás su principal legado hay que destacarlo en su visión pionera a la hora de señalar el tesoro que los sevillanos seguimos teniendo tan cerca en las ruinas de Itálica, ese conjunto arqueológico que ahora camina para convertirse en Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, un éxito que si se consigue en 2020, habrá que compartir con el sabio utrerano que tanto soñó junto a este enclave histórico.
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