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Itálica, azar y tragedia de una historia de destrucción


EVA DÍAZ PÉREZ.
Anecdotario de cómo se salvaron o perdieron algunas joyas de la ciudad romana.
23/08/2015. El Mundo.

La aparición de una diosa en la que unos niños rompían piñas sobre el pecho blanquísimo, los cerdos que devoraron un mosaico, la intriga para sacar de España un valioso bronce o el misterioso robo nocturno con un land rover son algunos de los episodios sucedidos en la larga historia de Itálica. Capítulos que ilustran el milagro de que aún se puedan visitar estas ruinas y que resumen las crónicas frágiles de nuestro patrimonio.

Después de un verano de intensa actividad en la ciudad romana -la celebración del Festival de Danza de Itálica o las actuaciones del programa Teatros Romanos de Andalucía- esta próxima semana arranca una nueva cita que servirá para redescubrir las mil historias aún desconocidas del conjunto monumental. Se trata de las visitas nocturnas «Las Musas en Itálica», del 27 al 31 de agosto, y «Paseos Musicales en la noche de Itálica», del 1 al 3 de septiembre.

Así que es un buen momento para sentarse a reflexionar sobre su atribulada historia. Precisamente uno de los principales conocedores de Itálica, José María Luzón, quien dirigió excavaciones en las ruinas romanas entre 1970 y 1976, ha repasado este año en la Fundación Juan March una curiosa crónica, la de Itálica como lugar en el que siempre se quiso buscar la ruina. O expresado de otro modo: los avatares, milagros e infortunios de una ciudad, a pesar de todo, salvada del que parecía su inevitable destino de destrucción.

Porque el hecho de que hoy se pueda pasear por Itálica es un auténtico milagro. La famosa ciudad quedó en el mayor de los olvidos durante la Edad Media probablemente a causa de un gran terremoto que se registró en la Bética en el siglo III d.C. De hecho, se perdió su memoria llamándose al lugar Campos de Talca porque no se sabía que esas ruinas fueran las de la famosa ciudad de Itálica.


Ese redescubrimiento de las ruinas lo harán los poetas que convierten el lugar en una alegoría del olvido, del paso del tiempo y las antiguas glorias. Rodrigo Caro la hará escenario de su famoso poema A las ruinas de Itálica: «Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora/ Campos de soledad, mustio collado,/ Fueron un tiempo Itálica famosa».

De la misma forma que se perdieron grandes tesoros, se hallaron otros. La historia de esos hallazgos está llena de azares. Por ejemplo, cuando el historiador Juan de Mata Carriazo dirige las excavaciones y un día le avisan de que «ha aparecido una muñeca» bajo el muro que dividía las casas de dos hermanos. Era la Venus de Itálica cuyo traslado narró de forma excepcional Romero Murube en su Discurso de la mentira. «Uno de los propietarios se sorprendió de que aquella piedra blanca en la que de pequeño partía piñones era ni más ni menos que el pecho de la Venus», explica Luzón.

Si hay una triste historia en Itálica es la de sus mosaicos, porque casi todos están perdidos, a pesar de que muchos de ellos se habían conservado hasta el siglo XIX. Viajeros que visitaron las ruinas dibujaron algunos de esos mosaicos ya desaparecidos. También lo hizo Demetrio de los Ríos, que fue responsable de sus excavaciones en ese siglo XIX de rescate pero también de desaparición de los tesoros.

El viajero Alexandre Laborde dibujó entonces el llamado Mosaico del Circo, hoy desaparecido. Cuando se halló, se colocó una cerca con un guarda para protegerlo, pero el guarda crió cerdos dentro de la cerca con el resultado lógico de que los animales levantaron el mosaico. Hoy sólo existe el dibujo de Laborde y la constancia del lugar donde se encontraba y en el que siguen habitando los descendientes del guarda-porquero.

Pocos son los mosaicos que han sobrevivido a la destrucción y el expolio. Algunos permanecen en la misma Itálica y otros se muestran en el Museo Arqueológico. Sin embargo, la historia de los saqueos no es un asunto tan lejano en los siglos pues en la década de los ochenta se produjo el robo de la cabeza central que aparece en el llamado Mosaico de Tellus. «Recuerdo que se podían ver las huellas de las ruedas de un land rover. Los ladrones aprovecharon la noche para robarlo», recuerda Luzón.

La historia de Itálica está llena de desengaños y derrotas. Uno de los casos más llamativos es el que sufrió Rodrigo Amador de los Ríos a raíz de su conflicto con la condesa de Lebrija, Regla Manjón, por la aparición del Mosaico de los Amores de Zeus. La condesa pagó a unos guardas para que nadie se llevara el mosaico y se ocupó de su extracción con el fin de llevárselo a su residencia, la actual Casa de Lebrija en la calle Cuna. «Rodrigo Amador de los Ríos se enfrenta a ella, pero la condesa elabora junto a otros personajes de la ciudad un documento de denuncia para que destituyan al que llaman excavador oficial. Y claro que lo echan, faltaría más. A ella la hacen académica de la Historia», apunta con ironía José María Luzón mientras recuerda a aquel jornalero que él conoció y que le relató que en su juventud le vendió una estatua a la condesa con cuyo dinero se compró una mula. «A la mula le puso el nombre de Regla, en agradecimiento a la condesa», añade.

Uno de los casos más sorprendentes es el del 'Aes Italicense', que actualmente se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional. Se trata de un texto jurídico de época adrianea en el que se regulaba el precio de los gladiadores. Era una pieza única porque existían muy pocos ya que lo normal es que terminaran fundidos, pero su descubrimiento fue ocultado. Sin embargo, se supo de él por el arqueólogo alemán Emil Hübner que advirtió sobre la intención de venderlo en el extranjero. Hübner contactó con el epigrafista malagueño Manuel Rodríguez de Berlanga quien de incógnito y con la promesa de no revelar quién lo tenía copió el texto en una noche a la luz de las velas. Hübner pidió incluso al presidente del Gobierno, Cánovas, que impidiera su salida de España. Finalmente, se requisó y se llevó a Madrid. «Años después se descubrió quién lo tenía. Era un tal Ariza, el secretario de la Comisión de Monumentos», añade Luzón.

El anfiteatro de Itálica también guarda sus historias. Este escenario ocupaba una vaguada, razón por la que se llenaba de barro y complicaba las tareas de excavación. José María Luzón cuenta que algunos guardas muy mayores recordaban que en cierta ocasión se representó Antígona en el anfiteatro. La fossa bestiaria era una charca llena de ranas croando que impedían que se escuchara a los actores, así que se contrató a cuatro guardas que lanzaban chinitas a las ranas para que se callaran. «En los setenta se hizo una presa para poder retener el agua y eso llevó a que se llenara de aves migratorias. Se creó un observatorio y ahora la gente va a Itálica a ver pájaros y no a ver las ruinas».

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