9 jun 2019 ~ ~ Etiquetas:

El Cerro Macareno, una ciudad sin nombre bajo lo insólito del pasado

Los restos del yacimiento, que se remontan al siglo VIII a. C., y el museo arqueológico nos plantean dos citas ineludibles con la historia en La Rinconada.
08/06/2019. ABC.

El sol quema en las espaldas y los pocos árboles que se levantan parecen alimentarse del fuego. El verano bosteza con la boca hirviendo en la provincia de Sevilla, pero las altas temperaturas no suponen ningún impedimento cuando se trata de descubrir. Atentos, entonces, los más curiosos, porque esta visita a San José de la Rinconada es un vendaval caliente de titulares.

¿Qué sabemos de la civilización turdetana? ¿Y de los restos de hipopótamos y seres anteriores al mamut encontrados en la zona? Una ciudad sin nombre despierta de su letargo en esta antigua orilla del Guadalquivir para asomar su rostro manchado de tiempo y arena. Lo hace con una mezcla de nervio y dudas. Muchos interrogantes, respuestas al aire y un páramo en llamas donde los arqueólogos ven algo parecido al paraíso.

Los dos atractivos que jadean tras estas líneas son el museo arqueológico de la localidad y las dos hectáreas donde se extienden los restos de un asentamiento extinto. Uno ofrece documentos. Otro, vastedad. Dos relatos incompletos donde la historia se vuelve compleja pero perceptible. Por eso, levantamos el velo de romanticismo que envuelve a esta cantera y nos topamos con algo cercano y único: el Cerro Macareno.

Este yacimiento arqueológico se remonta al siglo VIII a. C. y fue descubierto en los años 70. La mayor parte del área fue destruida como consecuencia del desconocimiento y hoy dos cerros de grandes dimensiones juegan a lo remoto en sus paredes. De forma estratificada y casi horizontal, podemos observar a las civilizaciones que por aquí pasaron. En el primer nivel, la más lejana: Tartessos. En el medio, las casas y enseres de los turdetanos. Y, finalmente, cerca de la superficie se evidencia la romanización de este último pueblo. Ánforas, piedras, muros, huesos y adobes que, en realidad, solo son parte de la huella de una ciudad que se coló de puntillas por el reverso de la historia.

Cuando Itálica se cimentaba, este núcleo urbano del que se desconoce hasta el nombre fue abandonado. Algunas de las teorías señalan al cambio del cauce del río como una posible causa, aunque todavía no puede aprobarse con exactitud. Llegamos con un saco de preguntas en el momento en el que se están realizando excavaciones. Aquí se habla de un pasado apasionante pero efímero: tan solo se ve una vez al año, durante el mes de mayo y principios de junio. Después, se cierra para todos: investigadores, alumnos de Arqueología que realizan sus prácticas y visitantes. Más sigilo y misterio.

«¿Sabes quiénes fueron los turdetanos? Pues yo tampoco», sentencia un especialista con una dosis acertada de ironía. Esta es la civilización heredera de los tartésicos pero eclipsada por los mismos. Son los desconocidos, los raros. Un pueblo prerromano formado por una amalgama heterodoxa de personas que vivieron en el valle del Guadalquivir: Turdetania. Más incógnitas. Mayor delirio.

Por otro lado, el museo se plantea como una parada obligatoria en esta cita con la arqueología próxima y añeja. En el interior del Centro Cultural de la Villa, nació un proyecto que tiene su origen en un cura y profesor de instituto llamado Francisco Sousa. Él mismo, junto a un grupo de jóvenes, comenzó a rescatar piezas y vestigios que encontraba en el campo. Sus paisanos se orientaron y todo lo que devolvía la tierra iba a parar a sus manos. Años más tarde, en el 2009, aquel noble sueño se materializó con la creación del museo en el que se expone el legado que dejó. De ahí que se considere una galería «colectiva». Es decir, hecha por los propios vecinos.

Cuenta con tres salas donde lo insólito del pasado le da una bofetada a quien se acerca a las vitrinas. ¿Y por qué? Pues porque la historia ofrece tantas respuestas como dudas.

La primera parte del Museo Arqueológico y Paleontológico está dedicada a la prehistoria, el mundo romano, los visigodos y Al-Ándalus. Una pequeña representación en forma de cerámica sirve para narrar de manera breve el relato de cada civilización a su paso por el Guadalquivir. La segunda zona está orientada hacia el hombre del Paleolítico. Y, la última, y tal vez la más llamativa, se dirige hacia el entorno. En esta sala encontramos una extensa colección de fósiles; los huesos de varios elephas antiquus, un animal de 100. 000 años de antigüedad anterior al mamut cuya defensa (colmillo) alcanza los dos metros de longitud; hipopótamos, uros y otras especies propias de la fauna africana que un día vivieron en la península.

Su horario es bastante particular: las puertas se abren los jueves y viernes por la tarde, el sábado durante todo el día y los domingos por la mañana. La Rinconada se reivindica en estos dos espacios como un municipio atractivo y ancestral. Un cerro de sospechas aún por determinar y su pequeño museo con más encanto que extensión parecen argumentos de peso para visitarla. Dicen que lo fugitivo prevalece, y en este yacimiento arqueológico lo que se desconoce es más interesante que lo que se sabe. Unas ruinas enterradas en el tiempo que cada mes de mayo y bajo una luz que abrasa se destapan para avanzar hacia atrás. En el pasado. Solo los años despejarán las intrigas que por aquí se quedan.

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