La única excavación en el yacimiento la costeó el empresario que quiso construir un hotel.
17/01/2020. Diario de Sevilla. TRINIDAD PERDIGUERO.
Entre las escasas visitas que reciben los restos cubiertos del yacimiento del Carambolo, en Camas, sin un triste cartel que indique que allí se descubrió en 1958 un tesoro que es símbolo de Sevilla, están los fotógrafos. Profesionales o aficionados, se apostan a veces con sus trípodes en la explanada, entre la basura y los vestigios de botellonas e intentan hacerse con una de esas imágenes que nos extasian, con lunas o cielos imponentes que dan otra plasticidad a Sevilla. Ese empeño, que tiene algo de místico, supone cierta justicia poética -casi la única- con el templo que alimentó el mito de Tartessos, pero fue el gran santuario fenicio del Guadalquivir, como recogieron Álvaro Fernández y Araceli Rodríguez en el volumen Tartessos desvelado, a raíz la excavación que se desarrolló hace casi dos décadas.
Cuando las denuncias sobre el estado de abandono del enclave se recrudecen en los periódicos, no está de más recordar que la única oportunidad en firme que hubo porque, más allá de sacar el tesoro de la caja de seguridad del banco, se hiciera algún tipo de centro de interpretación en el cabezo del Aljarafe, en el origen mismo de Sevilla como asentamiento, vino de la iniciativa privada.
El empresario Gabriel Rojas, todavía propietario de los suelos, proyectó un hotel, inicialmente con el acuerdo del Ayuntamiento y la propia Junta, en un terreno que adquirió y fue calificado como terciario, en el que pretendía integrar los restos, como un reclamo más, algo difícil, según se supo después, por los endebles materiales que los conforman. Era la época de Carmen Calvo como consejera de Cultura, por cierto.
Pero tras la intervención arqueológica que financió -sin escatimar recursos, reconocían entonces los arqueólogos-, Cultura vetó la construcción. El hotelero intentó una permuta de suelos o que la Junta se los comprara, como se pretende ahora de nuevo, pero no prosperó. La Administración autonómica indemnizó tras la correspondiente reclamación patrimonial y así se quedó la cosa. El Carambolo se enterró.
Todo lo que ha habido después han sido declaraciones de intenciones y escritos de ida y vuelta entre administraciones. El Ayuntamiento de Camas ha planteado cambiar la calificación urbanística del suelo con el PGOU, para que pueda acoger un equipamiento cultural o centro de interpretación. También se lanzó la idea, sensata por otra parte, de un parque cultural o una ruta didáctica que lo integre con los dólmenes de Castilleja de Guzmán y Valencina, preservando el paisaje de los pocos cerros del Aljarafe que se han salvado hasta ahora de ser urbanizados. Todo conlleva inversiones y conservación en años de austeridad y una coordinación entre administraciones que demasiadas veces es una rémora.
¿Fue el proyecto de Gabriel Rojas una oportunidad perdida para el Carambolo? En cualquier caso, invita a una reflexión sobre cómo se podría conjugar en algunos casos la colaboración público-privada. Sobre todo, si la alternativa sólo implica olvido.
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