Un investigador advierte de que la arqueología no confirma la tesis tradicional y la ve como una invención para “justificar la italicidad de la patria de Trajano y Adriano”.
03/02/2020. Red Historia. Fernando Barroso Vargas
El conjunto arqueológico de Itálica, localizado en Santiponce (Sevilla) y donde descansan las ruinas de la antigua ciudad romana de la que toma su nombre, ha experimentado en los últimos tiempos un claro florecimiento en materia de proyección, inversiones y visibilidad, superando poco a poco la falta de atención sufrida por este emblemático enclave.
En ese renacer pesan factores como el proyecto de candidatura del recinto a la declaración de Patrimonio Mundial, promovido por la Asociación Cívica del Sur (Civisur) con la movilización de instituciones, expertos y la propia ciudadanía; la celebración de actividades divulgativas y de recreación histórica en el enclave o el papel del mismo como escenario en varios episodios de la famosa serie de televisión Juego de Tronos, con legiones de seguidores por todo el planeta.
La comunidad científica, por su parte, nunca ha perdido el interés por este notable yacimiento legado de la antigua Roma, como prueban las múltiples investigaciones impulsadas durante años para profundizar en su conocimiento.
En ese contexto se encuadra el artículo ‘Escipión e Itálica: Algunas notas’, publicado en la revista Polis de Ideas y Formas Políticas de la Antigüedad Clásica por Aurelio Padilla Monge, profesor del Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla, doctor en Geografía e Historia e investigador de la Bética romana.
En dicho trabajo, Aurelio Padilla Monge afronta el “discurso histórico” según el cual Itálica fue fundada por el “ilustre” general y dirigente romano Publio Cornelio Escipión Africano en el año 206 antes de la era actual, para asentar a veteranos de la segunda guerra púnica contra Cartago tras derrotar a las tropas de Asdrúbal Giscón.
Su artículo, en ese sentido, está destinado a “establecer la naturaleza de las relaciones de Publio Cornelio Escipión, si las hubo, con el poblado prerromano posteriormente conocido como Itálica, vinculación sólo documentada por la narración de Apiano”, según el cual “tras dejar un pequeño ejército como en tiempo de paz, Escipión estableció a los heridos en una ciudad a la que, por Italia, llamó Itálica”, palabras que Aurelio Padilla cita literalmente del célebre autor de la Historia Romana, cuyo libro sexto dedica a la Península Ibérica.
El «silencio» de otros historiadores
Al punto, este investigador contrasta esta mención de Apiano con el “silencio” que sobre el poblado del que devino Itálica guardan los también prestigiosos historiadores Livio y Polibio, en sus respectivos escritos acerca de los “hechos de Escipión en Hispania”. Sobre todo, según reflexiona, dada “la habitual minuciosidad que despliega Livio” en sus textos sobre Hispania.
A continuación, Aurelio Padilla advierte de que frente a la narración de Apiano, la arqueología arroja, al menos hasta el momento, que “la instalación de los soldados heridos, si es que el alojamiento realmente se produjo, no parece que repercutiera en la estructura física del poblado” prerromano, pues no han sido descubiertos en dicho enclave “restos de fondos de cabaña y de palos de tiendas de planta circular, probablemente porque nunca se levantaron”.
De tal modo, este profesor e investigador de la Universidad de Sevilla pone de relieve que “los planteamientos que defienden la presencia estable de soldados del ejército romano y la plasmación de esta presencia en la erección de construcciones no se ven refrendados por la arqueología”, hasta el punto de que “buena parte de la investigación actual ve” la Itálica del siglo II antes de la era actual “como un establecimiento prerromano más”.
“Hay que admitir que los soldados simplemente se instalaron, si lo hicieron, en el mismo poblado hispano”, expone Aurelio Padilla, considerando así que “el carácter de la primera presencia de soldados del ejército romano en Itálica que puede asumirse a partir del fragmento de Apiano, coherente con los comportamientos del momento histórico en el que se enmarca el episodio, se corresponde con el de mero alojamiento temporal en el poblado de los heridos más graves del ejército de Escipión”, pero “en absoluto se puede hablar de una fundación” de un asentamiento.
De otro lado, y de nuevo con relación al “momento histórico”, el autor de este trabajo advierte de que “carece de sentido que Escipión fundara un establecimiento en un territorio cuya conquista definitiva aún no se había decidido en Roma”.
A tal efecto, argumenta que “la labor encomendada consecutivamente a los Escipiones fue la de expulsar de la Península Ibérica al enemigo cartaginés, de manera que cuando Publio Cornelio Escipión cumplió este objetivo, volvió sin más a Roma y no permaneció en Hispania para dedicarse a su conquista”.
«Qué hacer» con Hispania
“Una vez expulsada Cartago de la Península Ibérica, parece que Roma no tenía muy claro qué quería hacer con este territorio”, plantea el autor de este artículo, explicando que si bien Roma “tuvo que mantener tropas en Hispania para impedir cualquier intento de los cartagineses de reiniciar la lucha”, las disposiciones para ello “fueron irregulares e improvisadas, entre las que destaca el envío de dos jefes militares, Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino, que no eran magistrados superiores”-
“Sólo bastante después, durante el proceso de conquista, se produjo la fundación de poblaciones” en Hispania, argumenta Aurelio Padilla, precisando que “la primera que implicó el asentamiento de veteranos del ejército romano”, la antigua Corduba, no sería fundada hasta los años 169 o 168 de la era previa a la actual.
En otro plano, Aurelio Padilla analiza la afirmación de Apiano según la cual Escipión llamó Itálica, “por Italia”, a la citada población donde habría dejado a sus soldados heridos.
Al respecto, detecta un posible “anacronismo” en dicho topónimo, considerando que el mismo requiere una explicación, pues el término Italia no era “especialmente prestigioso como etiqueta aplicada al territorio de los habitantes no romanos de la Península, dado que para los romanos anteriores a la Guerra Social”, librada entre los años 91 y 88 antes de la era actual, Italia era “un espacio de dominación que debía ser controlado firmemente y los itálicos, los súbditos que habitaban dicho solar”.
“Justificar la patria de Trajano y Adriano”
Frente a ello, Aurelio Padilla razona que “en la segunda mitad del siglo I, Italia ya había adquirido un sentido identitario profundo para los romanos, circunstancia que permite entender que Apiano”, nacido precisamente en dicho periodo, “use el término en su sentido más prestigioso, como justificación del nombre de la población que fue la patria de Trajano y Adriano”, en alusión a Itálica.
No en vano, la llamada “cuna de emperadores” acogió el nacimiento de Trajano, siendo además el lugar de origen de la familia de su sucesor al frente del Imperio Romano, Adriano, promotor por cierto de la ampliación urbanística de Itálica cuyas ruinas constituyen el conjunto arqueológico visitable hoy día.
“Es evidente que la atribución de la imposición del nuevo nombre a Escipión vinculaba al general romano con la población que sería la patria de Trajano y Adriano, hecho que Apiano no deja de recordar convenientemente. Si se asume que esta atribución no se corresponde con la realidad, es entendible que la única mención de las fuentes literarias que relaciona a Itálica con Escipión aparezca en Apiano, pues el erudito se hallaba en condiciones óptimas para hacerse eco de una de las propuestas que se elaboraron para justificar la antigua italicidad de la población, lo que reforzaba el argumento que el mismo Adriano había esgrimido poco tiempo antes para demostrar la antigüedad de su familia en esta población”, argumenta Aurelio Padilla.
Así, este autor ve plausible proponer que “la imposición del nombre” de Itálica “no fue una disposición de Escipión, sino una decisión del grupo más influyente de la masa de itálicos llegados con posterioridad” al mencionado enclave, “deseosos de imponer un nombre a la población acorde con sus orígenes”.
Es más, según expone, el propio catedrático de Historia Antigua de la Universidad Pablo de Olavide Juan Manuel Cortés Copete “defiende que la difusión (o la invención) de la idea de que Itálica fue obra de Escipión salió de la mano directa de Adriano, cuya autobiografía, interesada en la legitimación de la posición política del emperador, recurriendo a la invención del pasado si era necesario, fue incorporada por Apiano a su Historia Romana”.
“La tardía imposición del nombre de Itálica”
Llegados a este punto, Aurelio Padilla expone que “el único argumento en contra de la tardía imposición del nombre de Itálica a la población se basaría en un documento supuestamente poco posterior a mediados del siglo II a.C. que contendría el término Italicensis”, si bien “si se asume que estamos ante una refacción de mediados del siglo II de una inscripción que realmente se redactó entre 144 y 142 a.C., debemos admitir que el texto se cambió en parte en la reelaboración”.
Tal extremo le lleva a considerar, tras un prolijo análisis, que “la refacción de una antigua inscripción, supuestamente ya conocida o hallada precisamente por aquellos momentos, que ennoblecía el pasado de Itálica y los orígenes de Trajano y del emperador que había otorgado el estatuto colonial a los italicenses (Adriano), se produjo en el mismo ambiente de reinvención del pasado en el que salió a la luz pública la pretendida relación de Escipión con Itálica”.
De tal manera, este investigador sostiene que el ascenso de Adriano al poder se tradujo en una “reescritura” de “parte de la Historia” de Itálica, incorporando a su pasado “eventos prestigiosos que nunca sucedieron, pero que resultaban acordes con la categoría alcanzada por Itálica como lugar de origen del linaje de Trajano y Adriano”.
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