Este ingeniero industrial, que trabajó en la mítica explotación minera ‘Riotinto Company Limited’, protagonizó unas de las páginas más excepcionales de la arqueología andaluza, erigiéndose en gran defensor del vasto patrimonio calcolítico en la provincia onubense.
16/05/2021. Huelva Información. J.Fernando Gabardón de la Banda
La vida humana no se entiende sin la búsqueda de esas encrucijadas que nos llevan a comprender cada día el presente de nuestro destino, el constante relato del ser humano ante las adversidades del medio natural y su inherente transformación, la continua lucha de una excelsa supervivencia que supuso la configuración final de un paisaje a la medida de lo humano, lo que sin duda delimitó el recorrido que pudieron tener las sociedades de cazadores y recolectores, al convertirse en agricultores y ganaderos, y su correspondiente hábitat de pequeñas aldeas, que fueron disertando una excelsa narrativa de grandes constructores de gigantescas piedras, la definición de los megalitos, definiéndose un paisaje entre el ensueño y la realidad pretérita de los seres humanos.
La expresión de sus emociones, sus inquietudes, los propios interrogantes que conllevan una mente simbólica lo llevaría a definir una escritura cuyo texto estaría articulado en grandes bloques de piedra, los ostostatos, enmudecidos por el olvido de los tiempos, habiendo vueltos a resurgir, como verdaderos aves fénix de la historia de esos grupos de humanos que intentaron mostrarnos su propia existencia.
El redescubrimiento del megalitismo en la provincia de Huelva como expresión cultural de esa enigmática etapa del Calcolítico ha constituido uno de los momentos más excepcionales de la historia de la arqueología hispana, cuya difusión se ha visto acrecentada en estos últimos años, dando a la luz aquellas grandes piedras aletargadas del largo sueño de la historia.
No cabe duda que en el paraje del Pozuelo, ubicado en el término de Zalamea la Real, conviven los ensueños de una realidad histórica, que va emergiendo de las hojas caídas del árbol del olvido. Sigue sorprendiendo el gran número de conjuntos megalíticos conservados entre un paraje irregular, entre pronunciadas laderas, arroyos y barrancos, surcados de ciclistas y senderistas, y por supuesto a aficionados e investigadores de la historia, adentrándose, sin ninguna duda, en unos de los mejores predios de la arquitectura megalítica europea. Sin duda alguna, no le dejaría indiferente a su descubridor, Carlos Cerdán.
Se trata de un personaje que protagonizó una de las páginas más excepcionales de la historia de la Arqueología andaluza, en unos momentos muy difíciles en aquel año de año 1946, donde la sociedad española seguí inmersa en el periodo de escasez de la posguerra, con las consiguientes dificultades para las excavaciones e investigaciones que presagiaban el conjunto recién descubierto.
Cerdán había nacido en Alcántara de Coria, en Cáceres, el 28 de diciembre de 1910, instalándose en Huelva en 1927, ciudad en que vivió dos años, hasta 1929, desplanzándose a Barcelona, para estudiar la carrera de Ingeniería, llegando a obtener su título en 1935 en Madrid, al que posteriormente se le añadiría el de doctor.
En 1941 conseguiría por oposición una plaza en el cuerpo de Ingenieros Industriales, aunque ya un año antes, en 1940, había comenzado su carrera profesional en la Riotinto Company Limited, la mítica empresa de explotación minera entre los años 1873 y 1954, que dejaría una huella indiscutible en el alma de la sociedad onubense, y que probablemente permitió al joven Cerdán ponerse en contacto con los descubrimientos arqueológicos que iban apareciendo en las excavaciones mineras, como así apuntan Enrique Carlos Martín Rodríguez y Eduardo Prados Pérez.
Lo cierto es que entre los años 1945 y 1951 sería nombrado comisario provincial de excavaciones arqueológicas, realizando una excepcional labor, que le llevó a contactar con grandes investigadores de la etapa, como Luis Pericot y el matrimonio Leisner, Georg y Vera, que le haría conocer la excepcionalidad de la arquitectura megalítica onubense.
Su relación con Julio Martínez Santaolalla, fundador del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid, le permitiría ser nombrado comisario provincial de excavaciones en Huelva, lo que le permitió excavar el complejo megalítico del Pozuelo.
Su gran labor no cabe duda fue la puesta en valor del megalitismo andaluz, tras la publicación de sus excavaciones en la Memoria presentada en 1952 del Plan Nacional de 1946, en la que detallaba el proceso emprendido junto con el matrimonio Leisner. Su título ya encerraba la importancia del mismo, los sepulcros megalíticos de Huelva, una obra que se hacía pionera de la amplia investigación que progresivamente se daría en años sucesivos. Precisamente el apoyo de Georg Leisner, uno de los más fervientes investigadores del megalitismo de la Península Ibérica, significaría el respaldo definitivo de los descubrimientos del Pozuelo.
En el mismo año de 1952, Carlos Cerdán sería nombrado académico correspondiente de la Academia de las Bellas Artes de Sevilla. Sin embargo, su gran labor no terminaría aquí, ya que, sin ninguna duda, creó en la conciencia de los onubenses la posibilidad de conservar en el propio territorio de Huelva, las riquezas arqueológicas que se estaban descubriendo en estos años, cuando una gran parte de ellas, se marchaban a los museos de Madrid y Sevilla, ante la dejadez que se había producido por la arqueología, tanto entre los investigadores y las instituciones públicas.
De esta manera, Cerdán se convertiría en el verdadero defensor del patrimonio arqueológico de Huelva, al impulsar la creación de un Museo Arqueológico en Huelva, ya en el propio año de 1946, consiguiendo finalmente que se instalase en una antigua fábrica de gas, un edificio modernista levantado en 1913, en un momento en que estaría insertado en las excavaciones de los dólmenes del Pozuelo. El 12 de octubre de 1946 se abriría las puertas del nuevo Museo Arqueológico de Huelva, siendo nombrado su director, hasta que dimitió del cargo en 1970.
La excepcionalidad de los dólmenes descubiertos por Cerdán en El Pozuelo, serían evidenciados posteriormente por las investigaciones de José Antonio Linares y Fernando Piñón Varela, ya en los años ochenta y noventa. Los dieciochos monumentos megalíticos configuran una excepcional imagen de arquitectura adintelada, que tendría como particularidad las excepcionales cámaras múltiples que definirían su planimetría.
Una cronología de elaboración que corresponderían a los años 3000 y 2500 a.C., uno de los más antiguos conservados del megalitismo andaluz. Actualmente se han ido agrupando en cinco unidades, siendo conocido con las denominaciones de Los Llanetes (A), la Veguilla (B), El Riscal (C), los Rubios (D) y Martín Gil (E), creando un verdadero itinerario cultural del Calcolítico andaluz. En Los Llanetes, situado en el nacimiento de un valle en las estribaciones montañosas de Chinflón, se situaría el dolmen conocido como la Casa del Moro, que sigue la tipología de cámara y corredor.
El dolmen Martín Gil, investigado en 1978 por Adriano Gómez Molina, está situado en el cerro de la finca El Chaparral, de planta cruciforme, sobresale por las cinco cámaras que presenta, junto con el corredor y la antecámara. Un excepcional legado cultural formado por objetos votivos, herramientas de piedras talladas y pulimentadas, cerámicas, así como adornos personales, incrementa aún más su valor arqueológico. Los ídolos oculados que se han encontrado en las cámaras funerarias de algunos de estos dólmenes completan la riqueza de este sitio arqueológico, sin duda alguna una referencia vital para conocer estas manifestaciones escultóricas del Calcolítico en Huelva.
A principio del siglo XXI llegaría la esperada protección institucional del conjunto megalítico. Sería con la Resolución del 15 de junio de 2000, de la Dirección General de Bienes Culturales, cuando se incoaría el procedimiento para su declaración, como categoría de Zona Arqueológica del conjunto dolménico del Pozuelo. Dos años después, saldría publicado el Decreto 173/2002, de 4 de junio, por el que sería declarado Bien de Interés Cultural, definiéndolos como las primeras arquitecturas prehistóricas de la provincia de Huelva y las más antiguas de la fachada atlántica, así como las más originales en su concepción, sin parangón en el resto de la Península Ibérica.
La inclusión como Zona Arqueológica conllevaría una protección a máximo nivel, una figura tutelar que había incorporado la Ley 16/85, en su artículo 15.5, que iba más allá de un contenido más reducido de los términos “yacimientos” o “excavación”. Quizás el sueño de Cebrián se había cumplido, quedando protegido este excepcional legado, aunque sin la ayuda de la propia sociedad, sin su conciencia como identidad de nuestro pretérito, y su propia divulgación, el conjunto del Pozuelo de Zalamea, la Real, como otros grandes ejemplos quedarían inmersos en el olvido de los tiempos, enterrando con ello la temeridad de aquellos hombres y mujeres que pusieron las semillas de nuestra historia del presente. Y es que los ensueños de nuestra realidad onírica se hacen reales en nuestro instante.
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