La experta cuestiona en 'Prehistorias de mujeres' el discurso de la arqueología que les ha reservado a ellas un papel secundario y celebra el avance de los últimos años: “Ahora sabemos que las mujeres cazaban porque lo analizamos y nos hacemos una pregunta diferente, antes se daba por hecho que eran hombres”.
07/06/2023. El Diario. Marta Borraz.
Se reivindica como científica y feminista. Y lo hace porque no son pocas las veces que ha tenido que escuchar que estudiar el papel de la mujer en la prehistoria no es hacer ciencia, sino política. La catedrática de Prehistoria de la Universidad de Granada Marga Sánchez Romero (Madrid, 1971) rompe los mitos asociados a las mujeres en las sociedades del pasado en Prehistorias de Mujeres (Destino), un libro en el que reivindica el papel que desempeñaron ellas e impugna el relato que les ha reservado un segundo plano. No es tarea fácil. Son siglos de discurso “sesgado” e invisibilización femenina en los que los hombres, por el contrario, sí “se dan por hecho”: “Nosotras entramos con calzador, tenemos que tener el dato científico sí o sí para demostrarlo y a veces ni eso sirve”, sostiene.
En el libro defiende el feminismo como teoría para estudiar la prehistoria. ¿Cuál es el discurso que nos queda si no se hace?
Es un discurso que se ha hecho colocando determinadas actividades como centrales en el desarrollo de la sociedad. No solo se eligen unas determinadas, que son las que se ponen en el centro, sino que se atribuyen sin ningún espíritu crítico ni dato científico y de forma automática a los hombres. Con lo cual, cuando se escribe la Historia las mujeres no están, han sido borradas. Tanto la elección de estas actividades como de quienes las hacen es sesgada e intencionada, por eso hay reajustar estos discursos para que se reconozca el papel de las mujeres en las sociedades del pasado.
¿Cuáles han sido esas elecciones?
Cuando se hacen los primeros relatos en arqueología, los que hacen ciencia son hombres de la élite intelectual y económica que fundamentalmente ensalzan actividades como la caza, la guerra o el poder. Y estas se sitúan en el plano masculino olvidando todo lo demás, como si no hubieran sido procesos históricos de interés. Se entiende que la caza es el motor de la evolución humana, sin embargo las poblaciones durante mucho tiempo han sido sobre todo cazadoras-recolectoras y digo primero recolectoras porque ha tenido un papel más importante en su dieta. La caza muchas veces es oportunista, no es lo que nos ha hecho humanos ni es el elemento fundamental de ninguna sociedad. Pero, además, no solo la han llevado a cabo los hombres.
¿Qué procesos históricos son esos que se han obviado?
La cuestión es que a las mujeres se las ha asociado a actividades a las que no se les ha dado importancia histórica aunque la tuvieran, entre ellas, todo lo que tiene que ver con el cuidado, las denominadas actividades de mantenimiento. Son las actividades que menos se valoran, peor se pagan y menor consideración social tienen a pesar de que en realidad son las únicas imprescindibles y estructurales en cualquier sociedad del mundo. Hay poblaciones que pueden vivir sin prácticas de agricultura, pero no sin cuidar, se extinguirían, y sin embargo no tienen ninguna importancia histórica, no están en ningún manual ni en ningún libro. Y todo ello tiene consecuencias hoy. Se utilizan estos discursos sesgados sobre la Prehistoria para justificar la desigualdad, pero no son diferencias naturales.
En los últimos años se han popularizado estudios que ahondan precisamente en que las mujeres también cazaban. ¿Por qué ahora?
Ahora contamos con técnicas como el análisis de ADN o de los péptidos que nos permiten conocer el sexo de los individuos y hemos visto que hay mujeres enterradas con armas. Antes podíamos haberlo hecho porque la antropología física nos lo permitía, pero no nos preocupaba. Siempre se equiparaba arma a hombre y adorno a mujer. Ahí está lo importante, no es solo que tengamos analíticas que nos permitan hacerlo con más seguridad, sino que realmente ahora nos lo preguntamos. Antes se daba por sentado automáticamente que quienes aparecían con armas o útiles de caza eran hombres y no es así.
¿Hay algún ejemplo paradigmático?
El caso de Wilamaya, en Perú, lo ilustra. Ellos mismos cuentan que cuando apareció el cuerpo junto a las armas ni siquiera se preguntaron si era una mujer o un hombre, dieron por hecho lo segundo y así lo apuntaron. Su sorpresa fue descubrir con las analíticas que eran huesos de una mujer. En ese momento se hacen la pregunta clave de si sería algo excepcional o no y recopilan todas las sepulturas con armas de este territorio en la misma época y las analizan porque se hacen una pregunta distinta. De ahí sale que un 30% son mujeres. Con la participación en los conflictos y en las guerras ha pasado igual. Ahora sabemos que las mujeres también participaban.
¿Y del arte rupestre qué sabemos?
También hemos sido excluidas, pero al igual que ocurre con la caza o la guerra, es un mito. Es muy conocida la imagen que hizo Arturo Asensio para el Museo Arqueológico de Madrid de una mujer pintando Altamira. Tuvo muchas críticas porque decían que era poco científica. Pero ¿cómo sabes tú que los hombres eran los únicos que pintaban? Es que no tienes pruebas científicas. ¿De verdad puedes afirmar que las mujeres no han pintado en ningún lugar del mundo? Eso no hay nadie que científicamente pueda sostenerlo. La cuestión es que cuando ponemos a las mujeres haciendo algo que se supone que no hacen, como pintar Altamira o cazar, te van a preguntar que por qué, que cómo lo sabemos, pero eso jamás te lo van a preguntar con un hombre.
Sostiene en el libro que a las mujeres les hace falta una prueba de ADN para demostrar que estaban allí.
Claro, hemos tenido que encontrar las huellas dactilares de una mujer en una pintura rupestre para que digamos 'bueno, venga, vale, a lo mejor sí'. Yo participé en el estudio, en Zujar, un pueblo de Granada, y la noticia dio la vuelta al mundo. Pero los hombres no necesitan absolutamente nada más que el conocimiento autorizado de quien lo afirma para que estén en todas partes. Casi ningún estudioso en arte rupestre te va a decir hoy que las mujeres no pintaban, pero en el imaginario colectivo está asociado a hombres y en los museos te los vas a encontrar fundamentalmente a ellos. Los hombres se dan por hecho, nosotras entramos con calzador, tenemos que tener el dato científico y a veces ni eso sirve.
¿A qué se refiere?
Un ejemplo paradigmático es el de la guerrera de Birka (Suecia), donde en el siglo XIX se excavó una necrópolis en la que se encontraron los restos de un cuerpo enterrados con toda la panoplia guerrera y se dio por hecho que era un hombre. En 2017 las pruebas de ADN revelaron que en realidad era una mujer, y a los autores de la investigación se les echaron encima. Siempre que hablamos de mujeres y las queremos poner en sitios en los que no deberían estar, como la caza o la guerra, la acusación es que hacemos política, no ciencia. Tuvieron que volver a repetir las pruebas e incluso dar una rueda de prensa para explicar de qué hueso habían sacado exactamente el trozo a analizar porque se seguía insistiendo en que se habían tenido que equivocar. A veces ni el ADN nos sirve a nosotras para estar en según qué lugares.
Cuenta en el libro que incluyó al final de su tesis una declaración de intenciones sobre la importancia de la perspectiva de género en el estudio de la prehistoria y el tribunal le dijo que con lo bien que estaba era una pena que hubiera añadido eso.
Sí. En la disciplina son cosas que se escuchan cada vez menos, ya prácticamente nunca, pero fuera sí. Es muy frecuente la acusación de que queremos tergiversar la historia, somos poco rigurosas y no hacemos ciencia sino política. Dar por hecho que han sido hombres se considera lo más objetivo. Nadie te va a poner en duda nada si hablas de hombres, y si pones a una mujer a cocinar tampoco, pero si las pones a cazar, pintar en Altamira o en la guerra, sí. Sin embargo, en realidad contemplar a las mujeres y sus contribuciones es hacer mejor ciencia y conocer mejor quiénes somos.
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