Estas pinturas habrían sido trazadas sobre el año 3.800 a.C. en un contexto de posible “relevancia” del refugio en el diseño del monumento megalítico.
18/01/2019. RedHistoria. Fernando Barroso.
Aunque con no pocas asignaturas pendientes y la perpetua reivindicación de un incremento de las inversiones, es necesario reconocer que el patrimonio histórico andaluz atraviesa una racha de logros que prueba el indiscutible potencial de sus enclaves y monumentos.
En 2016, sin ir más lejos, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco por sus siglas en inglés) declaraba como Patrimonio de la Humanidad el conjunto arqueológico de los dólmenes de Antequera (Málaga), conformado por las construcciones megalíticas de Menga, Viera y El Romeral, y en 2018 recibían el mismo sello las ruinas de la antigua ciudad palaciega de Medina Azahara, edificada en el siglo X por la dinastía Omeya como sede del califato de Córdoba.
A finales del pasado mes de octubre, además, España incluía las ruinas de la ciudad romana de Itálica, ubicada en Santiponce (Sevilla) y cuna del emperador Trajano, en su relación de nuevos espacios y monumentos a elevar a la Unesco para su declaración como Patrimonio de la Humanidad.
Obviamente, el reconocimiento mundial obtenido por los dólmenes de Antequera y el enclave arqueológico de Medina Azahara ha supuesto todo un revulsivo para ambos espacios en materia de proyección y visitas, implicando además la obligación asumida por las administraciones respecto a un tratamiento y gestión excelente de estos activos patrimoniales.
En ese sentido, la investigación científica juega un papel esencial a la hora de profundizar en el conocimiento de estos enclaves y la divulgación de los valores excepcionales de los mismos.
El paisaje megalítico de Antequera
Prueba de ello es el trabajo titulado ‘Punto de referencia del pasado en el paisaje megalítico de Antequera: Una aproximación multidisciplinar al arte rupestre del abrigo de Matacabras’, que aborda la “relación” entre el monumento megalítico de Menga, –el más conocido de los dólmenes de Antequera a cuenta de sus colosales ortostatos y cobijas–, y la Peña de los Enamorados, ubicada a unos seis kilómetros de este megalito y hacia la que está orientado el eje del mismo.
El estudio, firmado por nueve especialistas en diversos campos de instituciones como las universidades de Alcalá de Henares (Madrid), Granada, Lisboa (Portugal), Sevilla o Southampton (Reino Unido), recuerda que entre los valores excepcionales reconocidos por la Unesco a los dólmenes de Antequera figura “su asociación con las formaciones naturales” de su zona.
Concretamente, se trata del espectacular sistema kárstico del Torcal de Antequera, que se extiende a unos once kilómetros al sur del enclave arqueológico, y la citada Peña de los Enamorados, que se alza a seis kilómetros de los dólmenes de Menga y Viera y a apenas dos kilómetros del tholos de El Romeral.
Al respecto, los autores de este documento recuerdan que ya en 2001, el arqueoastrónomo Michael Hoskin había señalado la “altamente inusual naturaleza” del dolmen de Menga, dado que su alineación no se corresponde con el lugar de salida del Sol como resulta “común” en las construcciones megalíticas del sur de la península Ibérica, sino con la mencionada Peña de los Enamorados.
Dicha montaña, como bien destacan los autores de este estudio, se eleva hasta 880 metros sobre el nivel del mar “dominando visualmente la planicie de Antequera” y presentando desde el este y el oeste una característica “silueta antropomórfica” semejante a una “gigantesca mujer durmiente”.
Tales particularidades no sólo se traducen en la “importancia topográfica” de esta “masiva” formación rocosa, –precisan estos investigadores–, sino además en un “reflejo” en el “folclore local”. Precisamente en este punto, el estudio rescata la leyenda medieval según la cual cuando los reinos de Sevilla y Granada se disputaban el control de la zona, una cristiana y un musulmán se suicidaron arrojándose desde uno de los riscos de esta montaña al resultar imposible su amor.
Las pinturas de Matacabras
Y recordando también los indicios que señalan una “ocupación y frecuentación” humana de la Peña de los Enamorados durante el Neolítico y las edades del Cobre y del Bronce, los autores de esta investigación se centran en las pinturas rupestres descubiertas en el abrigo de Matacabras, enclavado al pie de un acantilado de casi cien metros de altura en la cara norte de la montaña.
Partiendo de la premisa de que no había sido acometido “ningún estudio integral” de estas pinturas, este trabajo abarca una investigación multidisciplinar de este enclave, mediante una reconstrucción fotogramétrica del abrigo, un análisis de sus motivos gráficos por procesamiento digital de imágenes y colorimetría, la datación de las costras adheridas a las pinturas o pruebas arqueométricas de fragmentos de cerámica descubiertos en este refugio y el sitio de Piedras Blancas I, localizado unos cien metros por debajo del refugio de Matacabras y correspondiente al Neolítico tardío.
Fruto de esta ingente labor investigadora, los autores de este trabajo exponen que las pinturas del Abrigo de Matacabras habrían sido realizadas “probablemente aplicando pintura roja con la punta de los dedos” antes del año 3.800 a.C., toda vez que el dolmen de Menga habría sido erigido en una horquilla temporal que oscila entre los años 3.800 y 3.600 a.C.
No obstante, los investigadores abogan por tomar con cautela las dataciones, porque “ni la cronología de Matacabras ni la de Menga han sido establecidas con exactitud debido a los significativos problemas planteados por los registros empíricos” disponibles respecto a cada uno de estos enclaves.
Por eso, y por diferentes variables, este estudio apuesta por “considerar la posibilidad” de que el abrigo de Matacabras estuviese ya “en uso cuando el dolmen de Menga fue construido”, si bien los autores del mismo precisan que “la relación cronológica entre ambos sitios puede no corresponder necesariamente a una simple diacronía” según la cual “primero” fue el refugio y después el monumento megalítico.
“Por el contrario, esta conexión pudo ser sincrónica o el abrigo pudo incluso ser subsecuente a la construcción de Menga”, exponen los científicos, sin descartar la hipótesis de que el citado refugio contase con diferentes “fases” de uso a lo largo del tiempo.
La “inusual relevancia” del refugio
En cualquier caso, este estudio insiste en que el dolmen de Menga fue construido con un eje de simetría “casi exactamente” orientado hacia el Abrigo de Matacabras, lo que confiere a este último “una inusual relevancia en términos del diseño y biografía del gran monumento megalítico”.
Es más, para estos investigadores, la conexión “visual” entre el dolmen de Menga y el abrigo de Matacabras es “única” en la península Ibérica “y también muy probablemente en Europa”. Precisamente por eso, los autores de este estudio auguran que las futuras excavaciones arqueológicas en dicho refugio y el espacio “clave” de Piedras Blancas I , “intrínsecamente asociado” a Matacabras, arrojarán “más luz sobre estas complejas relaciones conceptuales, visuales y gráficas”.
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