JUAN MANUEL CORTÉS COPETE | CATEDRÁTICO DE HISTORIA ANTIGUA DE LA UPO
Especialista en Adriano y en la ciudad de Itálica, este historiador en plena madurez pretende ahora reunir en una sola obra toda la correspondencia del emperador de origen sevillano.
Juan Manuel Cortés Copete (Sevilla, 1966) se crió en el barrio de Los Remedios, “demasiado cerca del bar La Canasta y de la Feria”. Antiguo alumno de los Padres Blancos, se formó en la Universidad de Sevilla, en la que se doctoró de la mano del muy tempranamente malogrado Fernando Gascó, cuyo retrato preside el despacho del ahora catedrático de Historia Antigua de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). Tras un breve periodo como docente en la Hispalense, a finales de los años 90 pasó a formar parte del equipo fundador de la UPO, de la que ha sido decano de su Facultad de Humanidades y vicerrector de Docencia y Convergencia Europea. “Fue la mejor decisión académica que he tomado en mi vida. Me he formado y quiero a la Universidad de Sevilla, pero la Olavide me permitió ser un pionero. Cuando empezamos, todo estaba por hacer”. Especialista en Adriano e Itálica, es investigador principal, con la doctora Elena Muñiz, del proyecto de investigación ‘Adriano y la Integración de la Diversidad regional’. Dirige, asimismo, la Red Temática de Excelencia ‘Itálica: innovación cultural en el Imperio de Adriano’. También ha dedicado sus esfuerzos al sofista e hipocondriaco del siglo II Elio Aristides, del que es traductor.
–Acaba de pasar una época en el extranjero.
–Sí, he estado trabajando en el Instituto de Estudios Clásicos de la Universidad de Londres, que es una institución magnífica que está en la Senate House, junto al Museo Británico, con una biblioteca de más de cuatro millones de libros. Todo lo que se pueda imaginar está allí y, además, te dejan estudiar tranquilamente.
–¿Qué ha estado haciendo?
–Un reto que, si consigo culminarlo, creo que será una contribución importante. Estoy intentando editar todas las cartas del emperador Adriano.
–¿Son muchas?
–Bastantes para la época. De Augusto se conservan 14, de Claudio 17 y de Adriano 103.
–¿Por qué tantas?
–Había cambiado el Gobierno y el emperador necesitaba comunicarse con las provincias. Cartas a Éfeso, Pérgamo... No hay ningún otro emperador romano que tenga un corpus de información tan importante como este. Las cartas están editadas sueltas y, ahora, estoy intentando reunirlas en una sola obra. Estoy entusiasmado.
–¿Están escritas en latín?
–La mayoría en griego, que era lengua del imperio, pero también las hay en latín.
–¿Política plurilingüística?
–Sí, en el imperio romano se podía acudir a los tribunales en fenicio. Adriano fue un emperador muy viajero que a la vez estaba administrando un imperio por correo. La idea es gobernar en la distancia pero hacerse presente. Lo más parecido a eso fue el imperio americano de España.
–Hay cierto paralelismo con Carlos V, un emperador que también fue viajero.
–Efectivamente. El paralelismo es curioso: Adriano y Carlos V fueron emperadores viajeros, pero sus sucesores, Antonino Pío y Felipe II, respectivamente, fueron sedentarios. La estructura ya estaba montada y no era necesario viajar tanto.
–Antonino Pío es un emperador muy poco conocido.
–No noticias, buenas noticias. Su gobierno fue muy tranquilo, sin noticias.
–Sin embargo, a todo el mundo le suena Adriano. Es el personaje de una de las novelas históricas más famosas que existen: ‘Memorias de Adriano’, de Marguerite Yourcenar. ¿Qué le parece el libro?
–Lo leí muy tarde, por un trabajo que me encargaron. Me resistía porque, para un historiador, es muy difícil leer novela histórica; te das demasiada cuenta de las barbaridades que se escriben. La novela está bien literariamente, pero ha creado una imagen sobre Adriano que no se corresponde con la realidad.
–¿Cómo era el verdadero Adriano?
–Se han dicho cosas que no son verdad, como que era un hombre acomplejado y hacía las cosas de forma chapucera. Adriano era un tío –y a veces lo llamo así, porque llevo muchos años conviviendo con él– con una enorme capacidad de trabajo. De él se decía que era capaz de saberse los nombres de todos los que estaban a su alrededor, incluso los de los oficiales de las legiones a las que visitaba. Era un hombre estudioso que estaba convencido de una cosa muy importante: que el imperio estaba lleno de culturas diferentes. Nosotros vemos al mundo romano como algo homogéneo, pero si lo observamos con inteligencia y libertad, nos damos cuenta de que era muy plural. Adriano trabajó para que esas diferencias no impidiesen una integración que fue política, mediante la extensión de la ciudadanía, pero no cultural. La forma en la que uno se casaba, sus cultos, su gastronomía, e incluso su lengua no suponían ningún problema para esta integración en la idea imperial de Adriano. Roma no se metía en tus costumbres, pero si querías participar políticamente en el imperio lo tenías que hacer según sus normas.
–No había miedo a la diversidad.
–El mundo romano permitió que hubiese un emperador de Itálica y después llegaron los de África, Siria, los árabes... A ninguno se les decía que el color de su piel era incorrecto.
–¿Pero no eran de familias romanas de pata negra?
–Ahí está la clave. Durante mucho tiempo pensamos la colonización romana como la europea del siglo XIX en África o India, en la que los blancos imponían sus normas. Sin embargo, en los últimos años, los historiadores de la Antigüedad nos hemos dado cuenta de que sí hubo un proceso de integración de las élites sociales romanas e indígenas que permitió que un griego, un egipcio o un hispano pudiesen ser senadores, incluso emperadores. Adriano vio que eso era bueno para el imperio. El emperador estaba fascinado por Egipto y en Itálica hay un templo a Isis. Roma tuvo una enorme capacidad de integración de la diversidad. Fíjese en el Dios de los judíos, un pueblo muy desafecto a Roma, que llegó a convertirse en el dios romano por excelencia. Esto se va produciendo con el tiempo, en un proceso en el que esa divinidad también se transforma.
–Es decir: Roma supo integrar, es su gran legado.
–Creó una nueva mezcla con un sello muy especial. Si alguien, por ejemplo, cruzaba el Rin, se daba cuenta perfectamente que ya no estaba en el Imperio Romano.
–La romana era una identidad política, no étnica.
–Efectivamente, aunque hubo resistencias para que esto no fuese así. Lo cierto es que, un siglo después de Adriano, Caracalla, un emperador bastante cruel, concedió la ciudadanía a todos los habitantes del imperio. Esto es algo que los estados modernos aún no han conseguido hacer.
–Hay un debate sobre si Adriano era de Itálica o no.
-Sí, pero es bastante tonto. Adriano era ciudadano romano porque su familia era ciudadana romana del municipio de Itálica. ¿Dónde nació? Parece que en Roma, algo normal, porque su padre era senador y debía estar allí para cumplir con sus obligaciones. Pero él era italicense. ¿No nació aquí? Es lo de menos.
–¿Se preocupó por su tierra?
–Mucho. La mayor parte de la Itálica que hoy podemos visitar es adrianea. Sin Adriano, Itálica sería una más de las muchas ciudades oscuras que había en la Bética y de la que hoy apenas conocemos el nombre y un pequeño yacimiento.
–¿Cuáles fueron esas grandes aportaciones?
–Como le decía, todo lo que se ve ahora en el conjunto arqueológico es fundamentalmente adrianeo, desde el anfiteatro, el trazado de las calles, el Traianeum, las termas...
–¿El teatro?
–Es algo anterior, de época de Augusto, pero hoy se sabe que justo encima, en el cerro de San Antonio, hay una enorme obra adrianea que todavía se conoce mal, porque está bajo el caserío de Santiponce.
–Itálica la vieja...
–Se pensaba que Adriano no la había tocado, pero ahora se sabe que sí. Conocemos que junto a las termas había una palestra. El conjunto de termas y palestra se llama en el mundo romano un Gymnasium, una institución de origen griego... Esa es la integración de la que hablábamos.
–¿Qué es un Gymnasium?
–Es la institución griega donde se forma a los jóvenes, tanto en educación física como en retórica y filosofía, y ya bajo la influencia romana, en derecho... Allí estaban hasta que cumplían 18 años y accedían a la ciudadanía.
–¿Cómo fueron las relaciones entre Itálica e Híspalis? ¿Se llevaban bien o había la clásica rivalidad entre municipios vecinos?
–No las conocemos bien, pero habría de todo. En el fondo, eran dos ciudades complementarias. Híspalis era mucho más próspera debido a su puerto. La mayoría de las ánforas de la Bética con las que está hecho el Monte Testaccio de Roma las embarcaron en Híspalis. Sin embargo, el Traianeum, el templo del que antes hablábamos en Itálica, cumplía la función de faro que indicaba al viajero donde estaba, como después, durante mucho tiempo, fue la Giralda.
–La Olavide forma parte del proyecto para hacer a Itálica Patrimonio Mundial de la Unesco. ¿Es esto importante más allá del turismo?
–Ser Patrimonio Mundial es mucho más que un sello de promoción turística, lo cual es totalmente secundario. Ser Patrimonio Mundial es el reconocimiento de una obligación por nuestra parte. Supone que la Unesco nos recuerda que Itálica es un bien que no nos pertenece a esta generación, que hay que legarlo a las venideras, para lo que hay que realizar una labor de investigación, recuperación, conservación y estudio. No hay nada en el mundo como la Itálica de Adriano. Como hablábamos, Itálica representa la idea romana de la integración de las culturas: el Gymnasium, el templo de Isis...
–¿Qué es lo próximo que hay que hacer en Itálica?
–Se haga lo que se haga será un éxito. Ahora hay pocas excavaciones sistemáticas, pero la última importante que se hizo, la de la profesora Pilar León, descubrió el Traianeum. Más que excavar creo que lo importante es dedicar un mayor esfuerzo al estudio académico de lo ya descubierto. Además, hay que colocar a Itálica en el mundo académico internacional. En 2008 se organizó en el Museo Británico una exposición enorme sobre Adriano y los organizadores ni siquiera conocieron Itálica. Esto es así porque Itálica no está en los libros. Hay que hacer buena investigación para colocarla en las publicaciones de impacto, de manera que ésta acabe apareciendo en los manuales que estudian los universitarios en el extranjero.
–Itálica y el Museo Arqueológico de Sevilla, que alberga buena parte de sus piezas más significativas, son complementarios. Sin embargo, el Arqueológico sigue abandonado por las administraciones, con un proyecto de modernización que no termina de acometerse.
–La situación del Museo Arqueológico de Sevilla es una vergüenza nacional. Hay que decirlo con toda claridad. Y eso que su colección adrianea de Itálica es de primer orden mundial, con originales hechos aquí en Sevilla, pero con mármol y escultores griegos. No son copias romanas. La Venus de Itálica no tiene paralelos en el mundo, es un unicum realizado con mármol de la isla de Paros, de una cantera que era propiedad de Adriano.
–Es una pieza impresionante. Según he leído, Romero Murube la limpió personalmente con una esponja cuando llegó de Itálica al Alcázar, su primera parada.
-Es una escultura que no hubiese sido posible antes del periodo de Adriano. Hay muchas Venus en el mundo antiguo, pero todas tienen un cierto pudor, una intención de taparse. La Venus de Itálica se muestra en toda su plenitud, sin tapar nada.
–Entiendo que lo del Arqueológico no es sólo una cuestión de que el edificio esté un tanto ajado, sino también de la difusión y la valoración popular de sus contenidos.
–Si busca en internet Adriano, las imágenes que le saldrán son de futbolistas y, después, la escultura del Adriano del Museo Británico. Sólo con dificultad aparece el Adriano de Itálica, uno de los mejores retratos del emperador de todo el imperio. En la Plaza de España, uno de los monumentos más visitados de Sevilla, no encuentras una sola indicación para ir al Arqueológico, pese a que está muy cerca, en el mismo Parque de María Luisa. ¿De los casi dos millones de visitantes anuales del Alcázar, no hay 500.000 interesados en la Antigüedad a los que se le pueda recomendar la visita? Sin embargo, el Arqueológico sólo tiene 70.000 visitantes, contando los colegios... No hay un museo en el mundo con nuestra colección de bronces legislativos romanos...
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